Mientras mi hija conducía, me preguntó:
- ¿Por qué llevas un libro?
- Para leerte un poema - le respondí -.
- Está sacado de un libro que a muchos
les parece curioso, un tanto ocultista o supersticioso, pero hay filósofos tan
eminentes como Karl Jaspers afirmando que para un estudio de la filosofía
oriental es imprescindible su lectura. Gandhi mismo dijo: «Mi vida fue una
serie de tragedias exteriores, y si estas no dejaron huella visible en mí, es
gracias a las enseñanzas del Bhagavad Gita».
- Lo conozco, papá. «Ese poema merece algo más de respeto» decía Kant -
respondió ella.
Mientras conducía, la miré. Que los hijos sepan cosas que los padres desconocen
implica comprobar cuán grandes son, hasta dónde han llegado en sus búsquedas
espirituales, dónde están.
Me contuve de compartir otros datos que tenía preparados, como el que «Gracias
al Bhagavad Gita podemos alcanzar una idea clara de la más practicada y elevada
de las religiones indias» según Hegel, o las palabras de Lamartine: «Siempre
recuerdo el vértigo santo que sentí la primera vez que leí unos fragmentos de
esa poesía sánscrita».
Y ella, como si leyera mi mente, comentó:
- Me leyeron los poemas en sánscrito.
Hizo un cambio a quinta marcha, y me quedé mirando el punto de fuga de la ruta.
Malraux afirmó: «Son palabras divinas…».
Albert Schweitzer: «Si esta obra marcó tan profundamente el espíritu europeo es
porque, por primera vez en nuestra historia, exigía que el amor y la devoción a
Dios se manifestaran en los actos».
Albert Einstein - no recuerdo sus palabras exactas - también expresó cómo ese
poema místico le infundió una mayor conciencia de la bondad y la omnipotencia
de Dios. Esos eran los nombres que tenía para exaltar la importancia del poema
que quería leerle, pero opté por callar para no caer en la pedantería.
Mientras el sol de la tarde se filtraba en el auto, procedí a leerle el poema:
Del sol radiante, yo soy la luz.
Entre los purificadores, yo soy el viento.
Entre las aguas, yo soy el océano.
De la tierra, yo soy el aroma original.
Del agua, yo soy el sabor.
Entre los avasalladores, yo soy el tiempo.
Entre las armas, yo soy el rayo.
En las cosas secretas, yo soy el silencio.
(Bhagavad Gita)
Lo leí dos veces, y la tercera vez lo recité de memoria. Cada verso repetido se
expandía en miles de nuevos significados y matices, porque no hay un elemento
del universo donde estas palabras no tengan un sentido cósmico.
No dejemos de repasar las enseñanzas del cristianismo, la sabiduría de China o
la espiritualidad de la India. Sin el sentimiento religioso que los milenios
han legado a la humanidad, advendrá una historia en la que el hombre ya no
podrá reconocer su rostro.

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