La tarea...

La gente grita que quiere un futuro mejor, pero el futuro es un vacío indiferente, mientras que el pasado está lleno de vida.

Su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo.

Todos quieren hacer de la memoria un laboratorio para retocar las fotografías y rescribir las biografías y la historia.

FLORES DE PAPEL CREPÉ, CASI ETERNAS.


 

" Día de los difuntos y de sus deudos. Ese día, la casa se impregnaba de olor a papel y cera, y los ramos de flores artificiales esperaban listos para la venta.

Durante la semana anterior nos reuníamos en la cocina grande, envueltos en un silencio para trabajar. No era complicado; era solo un hábito familiar, un ritual sencillo para preparar las flores de papel crepé. Mi abuela, mi mamá y mis hermanas.

Empezábamos cortando el crepé bajo la luz de la bombilla: óvalos rojos, amarillos o blancos para los pétalos. Con el pulgar y el filo de la tijera, enrollábamos los bordes despacio, dándoles con suavidad un rizo simple. Algunos salían perfectos, otros torcidos, pero seguíamos aprendiendo con cada intento.

Luego, al calor de la estufa de carbón y leña, entibiábamos los instrumentos de distintos tamaños que parecían atornilladores con bolitas de acero en la punta. Sobre la almohadilla de arena, colocábamos el pétalo y presionábamos con un giro corto. El papel se curvaba en el centro o los bordes; lo dejábamos enfriar, paciente, para que la forma se fijara.

Al centro nacía el estambre en crepé amarillo, fruncido y pegado con UHU. ¡Su olor me encantaba! Aunque quemaba la lengua si lo probabas.

Uníamos los pétalos en espiral, del más pequeño al grande, hasta darle cuerpo a la flor. Los sépalos verdes tapaban las uniones en la base. Los tallos eran alambres delgados, torcidos y forrados de tiras largas de crepé verde humedecido. Eso mi mamá lo hacía con tremenda rapidez. Las ideas las sacaba de un libro de botánica. En esos tiempos se enseñaba botánica en los colegios y teníamos buenos libros.

Para las hojas, cortábamos la cartulina verde en forma de punta de flecha, a veces con tijera zigzag para bordes dentados, las doblábamos en el medio y las sumergíamos un segundo en cera derretida de velas, calentada a baño maría. Las sacábamos brillantes y firmes, las escurríamos en papel manteca y esperábamos que se secaran antes de pegarlas al tallo, tres a media altura. Esa era la parte mágica porque sus brazos se movían con elegancia, como en una danza.

Al final, fijábamos el capullo al tallo con alambre o pegamento, y la flor reposaba sobre la mesa, simple y hermosa.

La abuela que era como la experta en gestión, las juntaba en ramos o coronas, para venderlas o llevarlas al cementerio Sara Braun de Punta Arenas, al mausoleo donde estaba mi papá. Las flores estaban hechas con lo que teníamos y nos unía a todos en ese día de la ausencia más dolorosa.

Hoy recuerdo el calor de esas tardes y el valor de una tradición tan nuestra. Lo confirmé en los cementerios áridos del norte salitrero, donde flores de papel crepé casi eternas, hablan más de los vivos que de los muertos.

Si quieres intentar hacer flores de papel crepé casi eternas, ve paso a paso: con paciencia, todo saldrá bien. La vida continua."

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