A La Ligua llegó a imponer la maldición.
Aún repicaban las imprecaciones de una vieja bruja negra de ojos azules llamada QUINTRALILLA; impetuosa e incestuosa hembra del aire, criminal de indios, devoradora de amantes, castradora de castos esposos, corruptora de autoridades indolentes, enamoradora de vicarios y esclavos, despotricadora de cristos, concubina de anfibios y reptiles y responsable de felonías sin nombre y según decían las malas lenguas; puta.
Desde lo alto se escuchó esta amarga letanía:
– Ciudad traidora. Maldigo tu piso, tus camas y hamacas.
Maldigo tus pisadas y huellas.
Maldigo tu sacramento matrimonial.
Maldigo tu ancho suelo,
Te maldigo a ti Poeta, que renunciaste al más secreto venéreo de mis deseos y a la ciudad perjura que te cobija.
¡Que ni uno de tus hijos enamorados pueda consumar su amor pisando sobre tu suelo!
Maldigo tus pisadas y huellas.
Maldigo tu sacramento matrimonial.
Maldigo tu ancho suelo,
Te maldigo a ti Poeta, que renunciaste al más secreto venéreo de mis deseos y a la ciudad perjura que te cobija.
¡Que ni uno de tus hijos enamorados pueda consumar su amor pisando sobre tu suelo!
- Se refiere a don Jorge Teillier - comentaban los liguanos - ... el de los pies pequeños.
Fue ese conjuro maldito increpado en la Plaza Mayor de la Ligua razón por el cual, algunos afiebrados estudiantes universitarios estubieron imposibilitados de amar posados sobre el pasto, imposibilitados de tocar el suelo siquiera, en los jardines, o entre velos de catres nupciales, o de sorpresa, o en los graneros, o en los dormitorios de los mayores, allá por los años setenta más uno, más dos y más tres.
En lejanos bosques, muchachas y varones, se abandonaban a las caricias. A los lamidos pegajosos de las lenguas inflamadas, que de tanto lamer el rosado sensible de los tegumentos de los aparatos reproductores los convertían en expertos, en el abalorio de las lenguas.
Ahora que recuerdo, muchas vírgenes, exactamente a medianoche, ingresaban a las tinieblas de la estancia temible de los muertos. Alguna vez seguí a la mía hacia la oscura necrópolis ennegrecida como cueva por el tizne de pecados o por hogueras de culpables asados en ese infierno pero ni el exiguo poste con una ampolleta que alumbraba macilentamente los peldaños del ingreso me daban el valor. Tampoco el deseo era para tanto. Ella provocándome, entraba pero yo no quería subir mis créditos de valiente. En una de esas todo terminaba en un combate decretorio en el cual, uno de los dos perece.
El Poeta desconsolado, se abandonó a la bebida; la que te abraza tibia y riega de olvido.
Ahora que recuerdo, muchas vírgenes, exactamente a medianoche, ingresaban a las tinieblas de la estancia temible de los muertos. Alguna vez seguí a la mía hacia la oscura necrópolis ennegrecida como cueva por el tizne de pecados o por hogueras de culpables asados en ese infierno pero ni el exiguo poste con una ampolleta que alumbraba macilentamente los peldaños del ingreso me daban el valor. Tampoco el deseo era para tanto. Ella provocándome, entraba pero yo no quería subir mis créditos de valiente. En una de esas todo terminaba en un combate decretorio en el cual, uno de los dos perece.
El Poeta desconsolado, se abandonó a la bebida; la que te abraza tibia y riega de olvido.
Bajo las duras nalgas de las enamoradas que asían los dedos obscenos de los efebos inconsolables, los peatones empaquetados en sus negros trajes de sepultureros mantenían húmedas sus narices excitados por el olor dulzón de los extraños perfumes que empalagaban la tupida floresta del centro de la ciudad y cargaban hasta la medianoche sus apetitos de lujuriosas inflamaciones rebasadas en suspiros, semen y saliva que no podían descargar en los objetos de sus deseos. Al menos eso era lo que contaban sus habitantes en la primavera del 72 para explicar el río de esperma estéril que por las madrugadas corría tumultuoso en las acequias que regaban los plátanos orientales de la principal.
- Un Desconocido Silba en el Bosque.
Desde aquel entonces el amor sólo era posible desplegarlo, sin tocar el suelo, sobre los anchos dinteles de las casonas de adobe, en los entretechos entre picotazos de palomas y carcajadas de los búhos o en el campanario de la iglesia o en la torre de la sirena del Cuartel de los Bomberos rogando al Dios todopoderoso para que el sacristán no tocara el bronce de las campanas con arrebato, ni algún pirómano arrobado le prendiera fuego a la barraca de madera que llevaría al inevitable ensordecedor bramido de campanas bomberiles porque salir con tanta violencia del trance ardoroso es grotesco y monstruoso, sobre todo si se está encaramado sobre alguna alta carpintería de los bodegones.
La pasión se desplegaba sobre la grupa desnuda de sirvientas benevolentes montadas sobre el pelo sudado de los potros y yeguas entregadas al vértigo libídine o en los envigados de las bodegas de vino y aguardiente, o dentro de los toneles cargados de mostos de tinto que destacaba el rojo de los labios, el oscuro de los pezones y la furia tensa de los miembros enhieste abriendo su camino entre los deseosos muslos temblorosos de niñas impúberes y brillantes de vino muriendo de muerte, ebrias y saciadas de uvas apretadas en las nalgas hasta perder la conciencia de las horas del día. Se hacía el amor en las alturas, a centímetros del suelo o era nada. Yo doy fé de estas maniobras.
Dicen que esta maldición ocurre cada cierto tiempo y sería la causa del uso de zancos, zapatos suecos y zapatos de tacos altos. Para algunos esta maldición sería la responsable del invento del juego de los zancos, de la moda de los años 70 y en definitiva; responsable de la evolución del calzado.
El poeta, bebía abrazado y tibio, regado de olvido.
Quien pisara ese suelo maldito era presa del mayor de los deseos y a la vez, de la mayor de las caídas o dolores de cabeza según fuera el caso. No se podía consumar apetito alguno parado sobre los pies. Decían: "Hay que levantar los talones del maldito suelo". Que era la maldición de la bruja.
Todo se acabó cuando Patricio, estudiante de segundo año de Arquitectura de la Universidad de Chile de Valparaíso y recién llegado a la ciudad de La Ligua, creyendo ciegamente en la Teoría de la Percepción Visual y la Hipótesis de la Perspectiva Angular, descubrió que de noche nadie miraba sobre los árboles de las plazas. Y preso de ardor incontrolable decidió subir al árbol más viejo y alto de la Plaza de Armas de La Ligua, para coger de un envión a esa niña de pelo seco como de perra envenenada, de adolescentes pechos y que vendía algodón rosado y palomitas de maíz en un barco manicero: la bruja puta.
Agradecida, la bruja, de tan generosa performance levantó la maldición del pueblo y secuestró de por vida a nuestro generoso compañero de curso Patricio Monardes, conocido como “Patritro” y a quien nunca más volvimos a ver. (Mártir querido te envío mis saludos). La bruja se olvidó para siempre del poeta silbando en el bosque porque Patritro silbaba mejor.
Así fue cómo descubrimos que subiendo a los árboles podíamos consumar nuestras calenturas con seducidas enamoradas liguanas colgando de las ramas con sus apellidos y pellejos desnudos como frutos de Adán y Eva entre las copas nocturnas de la arboleda de la Plaza de Armas de La Ligua.
Esta historia, bien lo saben mis compañeros sobrevivientes de la experiencia liguana; es un sentido homenaje a quien anónimamente sacrificando su vida estudiantil nos liberó de tan sórdida maldición en 1972. Lo que nos permitió amar a destajo en cualquier campanario, bóvedas, antiguas tumbas y sombras de litre aplaudiendo el frescor cantarino del río La Ligua que nace con el nombre de Alicahue en las serranías de los cerros y por donde dicen que todavía vive Patritro con su bruja consorte.
Del Poeta renombrado sólo nos quedó una resma de poemas que a veces recitamos a modo de conjuro, junto a su buganvilia, cuando algún desconocido, silba sobre la copa nocturna de los árboles.
Ella es FATAMORGANA o Patricia Lara, leyendo el poema, Un desconocido silba en el bosque de Jorge Teillier |
1 comentario:
Es antojadizo..preciosos..original...grande GRACIAS.
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