Construíamos el Edificio del Congreso de Valparaíso de acuerdo al proyecto de los arquitectos Cárdenas, Kovácevic y Farrú. Arquitectos que ganaban casi todos los concursos del Ministerio de Obras Públicas, en los años 70´-80'. Cárdenas me dijo:
- Sí. De Punta Arenas
Mi apellido Cárcamo pertenece a esas tierras, como el de Cárdenas, Mancilla, Ojeda, Sepúlveda… y Kovácevic.
Bajo las escaleras del Congreso apareció un espacio inmenso, sin destino y sin programa previo. Acudí a los arquitectos para comentárselo y ver qué destino podría tener. Cárdenas nos comentó, no sin un dejo de sorpresa y soberbio desgano:
- Bueno. Son espacios que resultan.
La respuesta fue un impacto ¿Cómo aceptar una mácula de caos en un proyecto tan costoso? Un espacio bajo la solapa, un recodo tras un plegado. ¿Un espacio sin destino? ¿Sin esa fuerza sobrenatural que produce el diseño de los arquitectos, - inevitable e ineludible - sobre la vida de los habitantes?
Pero él sabía. Los hogares - que no las casas - los edificios, la ciudad, están llenos de espacios que resultan y que no vemos. Sin embargo los ocupamos, nos rodean y los traspasamos como si fueran fantasmas sin identidad. Son como las corrientes de aire que están entre lugares sin límites certeros. Son espacios que al contrario de los razonados tienen otras velocidades, comprensiones y hasta sentimientos.
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Plano de la casa de mi abuela dibujado (8 años) en el reverso de una fotografía. |
Son espacios que resultan entre la arquitectura y la ciudad, entre el ornamento y el detalle, entre los muros y los vanos, llenos y vacío, códigos y claves donde todo lo que rima es cierto.
También están en el entretecho donde parió la gata, bajo las vigas del piso donde duerme el perro, en la carbonera donde jugamos al doctor, en la leñera que cobija al caballo como un establo de invierno o detrás del treillage, junto a las raíces de la madreselva por donde solo pasa el viento y el encierro del silencio, porque los espacios que resultan siempre los encuentran los niños y los marginales; los invisibles.
También están en el entretecho donde parió la gata, bajo las vigas del piso donde duerme el perro, en la carbonera donde jugamos al doctor, en la leñera que cobija al caballo como un establo de invierno o detrás del treillage, junto a las raíces de la madreselva por donde solo pasa el viento y el encierro del silencio, porque los espacios que resultan siempre los encuentran los niños y los marginales; los invisibles.
En ellos puede haber - por supuesto - acción, osadía, perturbación, sensaciones, ocio, el sacrificio, solidaridad, alimentación, transferencias intestinales, pactos de sangre, descanso y la complicidad de los amigos. En ellos puede estar el espejo que NO refleja; el paso de un lado a otro, el lugar de un cuento pero nunca un lugar de oración laudatoria porque allí se puede hablar con dios y los demonios.
En los espacios que resultan se cambia el presente por la melancolía profunda, es baúl de ensueño y la otra libertad, acaso la única que importa.
Significado de los espacios de la casa de mi abuela, 51 años después del primer dibujo.
Por ellos, cogito ergo sum. |
Indignos de aparecer en un proyecto por voluntad del arquitecto, están allí por el azar, por el descuido simplemente y el alma de otros niños.
Son también un país, con su territorio de hierba, con estanques, juncos y piratas, con ruidos propios.
El tintineo del cencerro de las vacas, el murmullo de la realidad lejana, el mugido de los bueyes, el goteo de una llave, las pisadas de zapatos, el grito agudo de un rayo de la luz atravesando calaminas como si pasara un camello por el ojo de una aguja y el mejor de todos los sonidos; el silencio, son de aquel país.
El tintineo del cencerro de las vacas, el murmullo de la realidad lejana, el mugido de los bueyes, el goteo de una llave, las pisadas de zapatos, el grito agudo de un rayo de la luz atravesando calaminas como si pasara un camello por el ojo de una aguja y el mejor de todos los sonidos; el silencio, son de aquel país.
Todos los que importan están en los espacios que resultan; los amigos más queridos, las heridas, los suicidios y los triunfos. Las muertes de los padres.
Los espacios que resultan son resquicios ilegales del bosquejo por donde surge la primera tristeza, porque allí descubrirémos la soledad y su exuberante luminosidad, tan parecida a un final de túnel.
Sin un cuerpo cierto que los soporte, a veces basta la presencia de un espacio que resulta, para sorprender al niño que somos.
Los espacios que resultan NO invitan a vivir en ellos, sino al revés; habitarán en nosotros para siempre. De estos para siempre vienen los nunca jamás y su país.
Los espacios que resultan NO invitan a vivir en ellos, sino al revés; habitarán en nosotros para siempre. De estos para siempre vienen los nunca jamás y su país.
También las callejuelas y patios públicos de los cerros, las diminutas plataformas que rodean monumentos a la espalda sur de las catedrales, son espacios que resultan. Venecia, los arbustos de Versailles, los encalados de Mikonos. Las escalas de Valparaíso con su Quinta de Los Nuñez en el cerro de La Loma estan cargados de espacios que resultan, las poblaciones periféricas resultan. Las callampas y quebradas y los campamentos resultan. La hamaca donde inestable se dormita; resulta.
Los espacios que resultan no tienen bautizo, son huérfanos del trazo razonado aunque contenga un closet por ejemplo o un ropero de tres cuerpos.
Son nada menos que habitantes, compañeros, porque al fin de cuentas, casi todo resulta. Son, los espacios impermeables a la ruina de la memoria. Asómbranos la vitalidad y el color de los heróicos espacios que resultan.
Ya decía; todos los espacios que resultan son por el azar; el verdadero creador.
Sin destino, no serán nombrados y serán pútridos rincones del meado, o aristas del chivato insoportable, callejón de alimañas, respaldo de malhechores, rincón de las arañas y cacharros, pared de larvas y canallas, de basura y de rayados. Innombrables como toda soledad, son un acto de fe de la sorpresa.
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