La tarea...

La gente grita que quiere un futuro mejor, pero el futuro es un vacío indiferente, mientras que el pasado está lleno de vida.

Su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo.

Todos quieren hacer de la memoria un laboratorio para retocar las fotografías y rescribir las biografías y la historia.

EN CAMINO – “Lo único que podíamos hacer era irnos.”



MOTHER ROAD

Mirar ese asfalto en la perspectiva es una invitación a llegar. ¿A dónde? No importa. Hay que ir aunque tenga miedo, incertidumbre y no parezca un Denis Hooper, ni monte la Capitán América de Easy Rider. La ruta es un papiro, un rollo de asfalto desplegado sobre la frontera y hacia el horizonte de las palabras que esperan. Es el espacio urgente para explorar la poca rebeldía que me queda y que me sobra. Hay que gastarla hasta las últimas. No es un trayecto, es el _ largo lugar_ elegido para hacer las cosas al modo de los que pueden ganar un poco más y estar en vida. Será vivir en el traslado, nuestro viaje interior, más largo que cualquier panamericana. El destino será el lugar que dijo Forrest Gump; "Hasta aquí no más llego" y el punto de partida; este dedo alzado.
El trazado  de la ruta madre fue asomando en tiempos de crisis, la de los 20’ y la de los 30’, cuando los granjeros con sus cuervos y espantajos emigraron antes que las tormentas de arena y polvo cubrieran sus cuerpos desnutridos y llenaran de tos el pulmón seco de sus blues de inanición. Mientras el tipo del taller cambia el neumático de mi Plymouth, escribo mentalmente mi película en la gasolinera abandonada y bebo una Pepsi Cola. Del wurlitzer pulso la tecla Blue Cheer - Route 66. Mis antebrazos se pegan en la mesa, chorrean sudor y se resbalan. El hielo flota redondeándose. Ya quedan tan pocas burbujas que parecen el tecleo final sobre un rollo de papel tan largo como esa lengua tour de Jack Kerouac.

Jack está en camino. Resuenan los neumáticos dobles de viejos camiones que cruzan ardiendo lentamente negros como si el diablo fuera sobre ruedas. Son neumáticos girando, rodando como perfectos y silenciosos rollos de pavor. Los he visto en carreteras abandonadas con sus cargas, en noches de Christine con su ronroneo en el motor terror y en el centro de la ciudad de Taxi Driver sobre mojados pavimentos con obscenos pasajeros, en los subterráneos de un mall japonés estacionados huyendo del Godsila y en mil películas de la matiné también se han visto esos camiones con salario del miedo. El Plymouth no tiene arreglo. Lo abandono.
Hago dedo y subo atrás sin itinerario. El punto de fuga de la perspectiva en ruta me succiona. Las ruedas son un rollo, un anillo bajo el cual se estira el camino sobre el que viaja este embustero y el ladrón de autos que no se llama Jack. El cielo pasa. (21 de julio de 1947- Iowa) En un cuarto de hotel empapado de fantasmas de mala muerte dice en una viga: <Jack Kerouac - 25 años> Ese tallado con un cortaplumas pudo estar en un epitafio, pero está medio a medio de su primer cruce del país sin nombre; los Estados Unidos de Norteamérica; un negocio para ricos y patria de conspiradores. "En la línea que divide el Este de mi juventud y el Oeste de mi futuro". Insomne y cargado de lírica y desgarrada visión del mentiroso sueño americano en viaje,   anota en su libreta, un hábito que también comparto: _ "No seré nada en este mundo a menos que haga lo que quiero. No planeo, lo hago." _ Es el mandamiento a los Beat:  Ginsberg y Burroughs, a Diane di Prima y Ruth Weiss, antes que los anticomunistas los motejaran de beatnick´s  y a las mujeres les dejaran los sesos cocinados a punto de electroshock, para ver si algo vuela sobre el nido del cuco y así quitarles esa histeria por la libertad y los derechos ciudadanos. Quisieron dejarlas en la berma.
El rollo de Kerouac es como el hilo de sangre que corre por el filo abollado de la Tizona del Cid en su propia ruta,  o el viaje de Bonnie and Clyde, o la peregrinación en 80 días al Área 51 - territorio de aterrizaje preferido por extraterrestres y destino de ufólogos conspiranoicos.  Se subasta el rulo en mucho más de dos palos verdes. En vida no le dieron ni un centavo. Se subasta todo el espacio,  el _ largo  lugar _ de la paranoica imaginería gringa. El rollo mide 40 metros de largo. En 40 metros cabe una novela y cabe toda la imaginería obsesiva que tengo de los gringos con La muerte en los talones, Easy Rider, Thelma y Louise volando en el Gran Cañon,  Las Vegas con su Elvis, Los Ángeles y Charlton Heston entre los simios (¡Lo hicieron, los malditos lo hicieron!) Utah con mormones y Santa Fé con los mexicas, en pueblos perdidos con marcianos, sicóticos moteles, en cañadas de correcaminos y coyotes con su show de Looney Tunes,  en la pequeña iglesia de la boda de Kill Bill, allí donde ocurrió la masacre y antes de encontrar alguna subterránea base militar con sus explosiones de neutrones y más y mucho más le cabe.
Fueron ni más ni menos que 4.000 kilómetros recorridos los de Jack Kerouac, o sea, un metro de rollo por cada cien kilómetros de ruta. Una biblia larga tallada sobre la historia del asfalto de la Mother Route, la ruta 66, tipeada y no escrita - como gustó decir a Truman Capote - en ese horizonte interminable de gasolineras abandonadas y señales camineras oxidadas,  en ese cielo extenso de nubes interminables y perspectivas hacia ningún lugar. El _ largo lugar _   lugar de nadie.

La ruta se entregó al olvido en 1985, cuando los computadores aún no se ponían amarillos. Fue descatalogada de la Red de Rutas de esos Estados Unidos del norte, tal como ocurrirá con nuestros nichos, con nosotros. Cuando no quede ni la huella mínima de nuestro archivo personal en ese país para viejos y supuestos inmortales del osario y cuando el que pase escupa el suelo y siga su camino.



















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