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Croquis Palacio Astoreca - 1979.- Plaza Joaquin Edwards Bello - Valparaíso. |
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Frente a la fachada de las mansardas del edificio Brown - a la izquierda - se ven las cubiertas del edificio con locales, el local de la izquierda corresponde al LOCAL O'HIGGINS |
El 73, Sergio fue sacado de su casa por una patrulla militar . Entonces el menor de sus niños le preguntó al teniente.
- ¿Vas a matar a mi papá?
Volvió al hogar a salvo y además pudo brindar su amistad afable y radiante durante años, a muchos, hasta el final de sus días.
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Miramar 111 - Casa de Sergio y Lolita - 1985.- (Plaza Joaquín Edward Bello) - Valparaíso.- |
Para una noche de Año Nuevo - igual a esta - llegamos a su casa de dos pisos de la Plaza Joaquin Edwards Bello. El primer piso era su taller, en el segundo estaba la vivienda y el amplísimo salón de las festividades. Había una colección disparatada de personajes fellinianos. No recuerdo a Osvaldo. Uno de ellos y de profundo vozarrón, me atrapó con su largo, estudioso y vociferante discurso de la CATEDRAL DE NOTRE DAME DE CHARTRES. Un erudito alucinante en su sapiencia, informándonos que ella - la Catedral - es una gigantesca caja de resonancia armónica, construida sobre una gruta druídica, un instrumento musical que aún hoy vibra intensamente recogiendo las corrientes telúricas y las proyecta sobre el individuo que penetra en ella. Porque Chartres, según él; forma parte de un sistema mayor de santuarios en el mundo, un sistema que dibuja sobre el mapa de Francia una reproducción de la constelación de Virgo, en la que las catedrales de la Galia ocupan las posiciones de las principales estrellas. Salimos al balcón. La luna inmensa y sus estrellas de verano sobre la bahía de Valparaíso - nuestro mapa de navegación y de siempre - se diluían por las volutas del humo. En eso estábamos cuando Lolita - que así le decíamos a DOLORES - me dice:
- ¿Bailamos un tango, Rubén? No sé bailarlo, le dije.
- Yo te enseño. Ven.
Y así fue. Partimos al salón, la tomé de la cintura. Pude. Y su mano se estrechó con precisión en la mía. Calzó. Dale. Sabía que alguna vez la contemplé tras los vidrios de mi adolescencia.
Fueron cuatro tangos. Y como ves; inolvidables. En esos minutos ella fue “una formidable caja de resonancia armónica, un instrumento musical que aún hoy, vibra y recoge las corrientes telúricas y las proyecta”, sobre este individuo que la recuerda.
Sergio y Lolita forman parte del santuario mayor de la constelación de mis recuerdos.
- ¿Bailamos un tango, Rubén? No sé bailarlo, le dije.
- Yo te enseño. Ven.
Y así fue. Partimos al salón, la tomé de la cintura. Pude. Y su mano se estrechó con precisión en la mía. Calzó. Dale. Sabía que alguna vez la contemplé tras los vidrios de mi adolescencia.
Fueron cuatro tangos. Y como ves; inolvidables. En esos minutos ella fue “una formidable caja de resonancia armónica, un instrumento musical que aún hoy, vibra y recoge las corrientes telúricas y las proyecta”, sobre este individuo que la recuerda.
Sergio y Lolita forman parte del santuario mayor de la constelación de mis recuerdos.
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