La tarea...

La gente grita que quiere un futuro mejor, pero el futuro es un vacío indiferente, mientras que el pasado está lleno de vida.

Su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo.

Todos quieren hacer de la memoria un laboratorio para retocar las fotografías y rescribir las biografías y la historia.

¡ SOMBREROS !


El sombrero es la virtud de la memoria.
Nos ponemos los sombreros por los recuerdos viejos
por las cosas que se han ido sin nosotros
por nuestro sin embargo y un tal vez de cada día.

Por lo general un sombrero es un desvío
hacia el pensamiento infame cuando olvidas
por lo cual nos da su sombra clara
para evitar ponernos serios.

Hoy te verso como un calvo,
bajo una canción desnuda
porque un poema no es nada más, ni nada menos
que un sombrero.

Que se escapa del viento por las calles
donde se guardan los vocablos infantiles.
Y también es mágica veleta
para eludir el mal agüero con sus aves negras.

Nos ponemos un sombrero
para que las cosas siempre se sucedan
para decir adiós sin que lloremos
y devolver al viento su paraguas al revés.

Para clavar allí en la frente como herida
ese encantador bigote de la luna adolescente
que es la sombra con su curva
nos ponemos un sombrero.

Porque el leve abrazo del sombrero
frente a la mujer que nos espera
nos confunde con la noche que desnuda
y nos arropa para ocultar esas vergüenzas.

Y su mirada nos envuelve muy despacio y seria
para vaciarnos plenos
en ese hemisferio tempestuoso que es un beso
con la forma de sombrero.

Nada es mejor que viajar en automóvil
con un sombrero puesto.
Es viajar bajo la sombra bienhechora de algún pájaro,
bajo la carpa colorida de algún circo.

Pero al orbitar por funerales medio a medio
la madre te acaricia las solapas
y te peina
y te descubres solitario
y vacío de gaviotas
que siempre estuvieron el interior de tu sombrero.

Por ahora déjame contarte
que el sombrero de mi abuelo
sobrevive con su sábado de puertos
y corajes de viajero aquí en mi testa.

Lo calzo con respeto
y un saludo amarillento
cuando voy al cementerio de sus versos.

Mientras colgó de aquella percha
el sombrero de mi padre nunca dijo nada
por lo que una vez decidí conversar con él
muy seriamente de este asunto.

Y como un disparo al aire
me salió este poema chusco
cuando siempre yo creí
que me saldría algún conejo.

Tú sabes como nadie
que siempre somos príncipes
y necesitamos la corona del sombrero
para ejercer los derechos, los izquierdos
y nuestros sueños.

Girarlos
como copas para el brindis húmedo
y llegar al cielo como un santo bello
dejando como huella en nuestra casa
lo que fue nuestro bostezo.

Contra la implacable lluvia
o el maullido de tu gata gris
en el granizo de los versos o parientes
lo mejor es
algún sombrero a mano
para proteger los huesos, pedir disculpas y tomar el té.

Nunca está demás calzarlo con abrigos y bufandas ampulosas
En una de esa ¿quién lo sabe?
Serás la negra mariposa confundida con un ángel
y por ello las aves te saluden con desdén.

Y allí está, el bostezo exacto
en la solitaria percha de pared
esperando tu regreso como esperan por el sol
las marchitas flores de papel.


Poema dedicado a Rodrigo Diaz y a Torchi Aguilera,
(a quien siempre conocimos cono Esther)
dos hermanos que nos visitaron desde ese continente que lleva el nombre de Europa. 

Europa; la que montó las grupas del apacible toro
y fue raptada... por quien usaba sus pitones
los cuales son
algún tipo de sombrero.


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