(En memoria de mi suegro Germán Soto Moreno: Un pampino en sus años mozos)
. . . Y de mi plato, se nos acabó hace rato ya todo el caldo. Las presas disminuyen a cada corte untado en mostaza para aquellos con viejos paladares. Se acabó el almuerzo. Satisfecho estoy; ya no queda médula en el hueso.
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A propósito de huesos y leyendo el Empampado Riquelme - ese hombre parsimonioso que inesperadamente abandonó el tren nocturno durante una imprevista detención en medio del desierto disipándose en la pampa y en el olvido para ser encontrado como blanco monumento cincuenta años más tarde - de él, me llamó siempre la atención, que en esos huesos encalados en medio de la nada del Desierto de Atacama; estaba en pura cal reseca, quebradiza y blanca; su talón anclado, sosteniendo porfiadamente contra el viento de la pampa, un sombrero alón.
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Y ese hombre que abandonó amante, esposa, madre, hijos, hijas y que terminó al fin desertando del tren con su destino cierto; nunca fue capaz de renunciar a ese sombrero que confirmó durante toda su vida la estampa del hombre silencioso bajo sombras.
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El sombrero resguardó durante las horas terminales de su vida, al hombre alto y lento en medio de los vientos de la pampa, acompañado sólo por el ruido de su respiración perdida y el tic tac del reloj Urbina, que al final, después de detenido el corazón de ese gigante, continuaría moviendo el vaivén de su engranaje durante días hasta que sin protagonista a quien martirizar con su premura, se detendría; marcando para siempre las diez y media.
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¿Hay en el desierto algo más importante que la sombra de un sombrero y algo más inútil que un reloj?
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Debe ser el hueso sin médula el que me trajo este recuerdo…
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A propósito de huesos y leyendo el Empampado Riquelme - ese hombre parsimonioso que inesperadamente abandonó el tren nocturno durante una imprevista detención en medio del desierto disipándose en la pampa y en el olvido para ser encontrado como blanco monumento cincuenta años más tarde - de él, me llamó siempre la atención, que en esos huesos encalados en medio de la nada del Desierto de Atacama; estaba en pura cal reseca, quebradiza y blanca; su talón anclado, sosteniendo porfiadamente contra el viento de la pampa, un sombrero alón.
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Y ese hombre que abandonó amante, esposa, madre, hijos, hijas y que terminó al fin desertando del tren con su destino cierto; nunca fue capaz de renunciar a ese sombrero que confirmó durante toda su vida la estampa del hombre silencioso bajo sombras.
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El sombrero resguardó durante las horas terminales de su vida, al hombre alto y lento en medio de los vientos de la pampa, acompañado sólo por el ruido de su respiración perdida y el tic tac del reloj Urbina, que al final, después de detenido el corazón de ese gigante, continuaría moviendo el vaivén de su engranaje durante días hasta que sin protagonista a quien martirizar con su premura, se detendría; marcando para siempre las diez y media.
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¿Hay en el desierto algo más importante que la sombra de un sombrero y algo más inútil que un reloj?
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Debe ser el hueso sin médula el que me trajo este recuerdo…
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