Aquella tarde en viaje por el valle de los mejores vinos blancos; Casablanca, la radio confirma:una mujer está en el primer poder. Como casi en todas las familias de Chile, en la casa gobierna una mujer. Una presidente mujer. Es como para no creerlo.
Imprudentemente veloz, el automóvil de mi esposa se desliza a las altas velocidades que hoy permiten las nuevas carreteras delineadas junto a las viejas rutas coloniales que todavía se divisan escarpando los cerros.
Siguiendo sus vericuetos rememoro mi primer viaje de Valparaíso a Santiago en un bus de origen francés marca Chausn Apu de la línea “Andes Mar – Bus” que en aquel entonces sacudía, por la inercia de las curvas y contra curvas; las maletas y los canastos. Si señor; en aquellos tiempos se viajaba con canastos y sacos como los de las películas de marineros de la segunda guerra mundial porque el viaje duraba más de tres horas. El bus era Beige y aún lo diviso sobreviviendo destartalado y recorriendo porfiadamente por el valle de Casablanca entre Santa Elena y María Pinto
Mientras me aburría mirando por las altas ventanillas el matorral reseco en las afueras del bus, mi abuela iba estudiando para rendir su examen. Estaba elegante con su traje de dos piezas y su cartera de verano, con flores y manilla de madera. Se pintaba las uñas de los pies. Miro los pies desnudos de la mujer que conduce el automóvil y me sonrío. Se pinta las uñas de los pies. Sospecho fieramente que me enamoré de ella por su parecido con mi abuela. Mejor que ni lo sepa.
No pude dejar de pensar en mi abuela. Recordé que a instancias de sus persuasivos dulces rellenos con almendras, yo salía en las noche a pegar con gruesas brochas, empapadas en engrudo, las papeletas de sus candidatos radicales en los muros de la ciudad de Punta Arenas con la misma agitación que deben haber sentido los brigadistas de la Ramona Parra al inicio de los setenta. Rápido y cercano a la luz de algún poste pero nunca tanto como para ser visto con claridad por los carabineros, aplicaba sendos brochazos al muro en el que pegaba el cartel del candidato y luego lo repasaba con el guaipe saturado de agua. Los blujines Lee quedaban tan duros como las marraquetas que el panadero había olvidado al fondo de la carreta del pan. Debo haber tenido siete años. Alguien dirá que muy pequeño para andar de noche en actividades clandestinas pero en la luminosa oscuridad magallánica, yo me conocía los códigos de las calles. Mi madre que vivía a diez cuadras, creía que me gustaba dormir donde abuela para escuchar cuentos de ogros y hadas a la luz de la luna. Mi abuela era enciclopedias, política e higiene.
El río de Las Minas trizaba, medio a medio la ciudad puerto más austral del mundo uniendo los patios traseros de todas las casas. Jamás me desconocieron los perros, ni los gansos avisaron mi ingreso a esos patios. Cruzaba los provincianos patios de las casas y las empleadas domésticas me saludaban como al travieso que corría entre sus sábanas recién lavadas ayudándoles a correr “el palo de la ropa”, a llevar las astillas y la leña para sus cocinas o acarrear el saco del carbón. En aquellos días yo era un hijo del río.
Muchos años después aparecería una subestimada, alucinante y nostálgica película protagonizada por Burt Lancaster titulada El NADADOR y que narra el extraño y sugestivo recorrido de un hombre vital, de afligida y obsesiva vida interior, por los patios traseros y piscinas de las casas del acomodado vecindario del sueño americano. Se las recomiendo; descubrirán que sin importar dónde se encuentren, ustedes no pasaran más allá de ser nadadores en ajenas aguas.
Pero en aquel entonces yo no era un nadador, era el nieto de la Inspectora General de la Escuela Técnica Femenina de Punta Arenas, Sra. Auristela Álvarez Barría. Álvarez “de los grandes”; como le gustaba decir a ella y “de los Gallos”.Imprudentemente veloz, el automóvil de mi esposa se desliza a las altas velocidades que hoy permiten las nuevas carreteras delineadas junto a las viejas rutas coloniales que todavía se divisan escarpando los cerros.
Siguiendo sus vericuetos rememoro mi primer viaje de Valparaíso a Santiago en un bus de origen francés marca Chausn Apu de la línea “Andes Mar – Bus” que en aquel entonces sacudía, por la inercia de las curvas y contra curvas; las maletas y los canastos. Si señor; en aquellos tiempos se viajaba con canastos y sacos como los de las películas de marineros de la segunda guerra mundial porque el viaje duraba más de tres horas. El bus era Beige y aún lo diviso sobreviviendo destartalado y recorriendo porfiadamente por el valle de Casablanca entre Santa Elena y María Pinto
Mientras me aburría mirando por las altas ventanillas el matorral reseco en las afueras del bus, mi abuela iba estudiando para rendir su examen. Estaba elegante con su traje de dos piezas y su cartera de verano, con flores y manilla de madera. Se pintaba las uñas de los pies. Miro los pies desnudos de la mujer que conduce el automóvil y me sonrío. Se pinta las uñas de los pies. Sospecho fieramente que me enamoré de ella por su parecido con mi abuela. Mejor que ni lo sepa.
En un día como estos, de votación nacional, pero en Punta Arenas, mi abuelo sentado junto a la radio, escuchaba con gozo el avance de los resultados en los locales de votación llevando un conteo con palotes. No perdió la costumbre hasta su último conteo, la elección de Salvador Allende.
Entre mi abuelo y mi abuela existían profundas diferencia políticas a pesar de ser ambos, radicales. Ese cisma político que aun no logro dilucidar, abriría un boquete en el partido Radical fragmentándolo entre la Democracia Radical, el Partido Revolucionario Radical y el Radical propiamente tal. Para mí sería la mejor demostración de la tolerancia y la convivencia cívica que debe existir en un matrimonio. Mi abuelo decía: "La palabra, se honra. No es cosa de llegar y correr por olores y fantasías de las que nadie sabe la consistencia final y que de acuerdo a las estadísticas termina como todos los matrimonios." Soy, abuelo; tu discípulo más aventajado. Créeme. Bueno,… casi…
Mis abuelos vivieron imperturbablemente juntos aunque sus sueños más anhelados se fueron fragmentando en la resignación. Aprendí el estoicismo.
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Se ha cumplido el acto oficial del Congreso Nacional de investir a la presidenta ya instalada en la testera con su banda y con su piocha. Deben saber que el muro a sus espaldas que sostiene las planchas de mármol de Carrara, en donde se cinceló el escudo nacional, contiene un recipiente pequeño con el nombre de quienes participamos en la construcción de la obra. En él dice: “Para la democracia siempre: sus trabajadores”. Tiramos ese recipiente en una faena de hormigonado con una inmensa esperanza hace ya 16 años, cuando la posibilidad de sostener la democracia que venía se presentía muy débil y estaba asomando como un florido resto paleolítico de uso malquisto en terruño de los cromagnones. Hoy la democracia parece un floripondio, o sea; “una especie biológicamente compleja utilizada como alucinógeno desde tiempos inmemoriales”.
Michelle presidenta. Quien se lo iba imaginar. Lo repitió ella en el nocturno discurso al asumir el mando. ¡Pero si cuando nací, recién mi abuela tuvo pleno derecho a voto! Podía votar en “chiquitito” o sea sólo para las elecciones municipales…y sólo si tenía un bien raíz…y sólo si tenía más de 25 años. Esto que parece un barbarismo ocurría en toda América Latina.
Universal derecho a voto. Hoy parece algo tan simple y natural.
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En su viejo carné de identidad, de esos con páginas y tapas de cartulina y con remaches y que alguna vez descubrí en su tocador de media luna donde guardaba sus cremas y polvos: ¿saben lo que decía, allí donde había un espacio para indicar profesión? Labores de su sexo. Es como para no creerlo.
Tenía 15 años cuando se casó con mi abuelo. Siendo dueña de casa y después que tuvo a sus tres hijos; mi padre Julio Rubén, mi tía Marina del Tránsito y mi tío Miguel Segundo, se educó en interminables cursos de verano y yo, su nieto, la acompañé “al norte” cada verano de mi niñez.
Para los provincianos alejados del centro metropolitano que les succiona sus riquezas, la capital es el origen del mundo y mal de sus pesares pero también la oportunidad de cumplir sueños de superación. Aprendí el esfuerzo.
Así es que cada verano de mi infancia viajé con ella para acompañarla en sus estudios. La esperaba en la fuente de la plaza con mi barquito de vapor. Ella estudiaba en largas hora de clases en la Escuela Normal. Años después su nuevo carné decía: Profesora de Estado. Nunca sentí ni escuché de sus labios alguna frase de orgullo por sus logros alcanzados. Aprendí lo que era la modestia.
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Acumulo las imágenes de Michelle en blanco y negro de cuando ella era una adolescente escolar con un leve estilo hippie. No puedo dejar de mirar su rostro con la mirada siempre fija, seria, pensativa. ¿A donde miraría? Estaría mirando su propio universo futuro o avizorando como mascarón de proa el extenso océano de las incertidumbres o cortando la estela del presente para aprender a manejar los vientos y pensado al igual que nosotros, en la misma fecha de esos años: ¿qué se permitirá la vida, concederme? ¿Qué me deparará el destino?
Ya sé lo que le espera a una mujer. Conozco los manidos comentarios. No tengo grandes ilusiones. Le dirán que el peinado no le asienta, que no debiera sonreír tanto, que está excedida en el peso, que cuándo se casará. Lo mal que se portan sus hijas porque ha descuidado la crianza. Circularán figuras obscenas y la desnudarán en la red. Levantarán calumnias. Amplificarán sus errores sin respetar lo que significa la investidura de la Presidencia de la República. Cumplirá la crucifixión que maliciosamente esperan consumar los detentadores del poder; total, si bien no tiene turbante, ni barba, ni es negra;… es mujer.
Es probable que sea recordada como líder de un gobierno amable, horizontal, práctico, participativo, poco presuntuoso y demasiado sensible con los débiles. ¿Estaremos preparados para ello? ¿Lo soportaremos? Es probable que todo sea un desastre,…tal vez las estructuras de los partidos que la sustentan requieran del famoso y viril don de mando, rígido, excluyente y vertical que los oriente. Aquel don de mando que desde los patriarcales tiempos de los próceres de la patria ha regido nuestros destinos permitiéndonos disimular y soportar las dictaduras más abyectas con estoicismo de sumisos machos. Pero váyanse acostumbrando; la oleada ya viene.
He visto las caricaturas que circulan de ella y los viejos chistes hacia los débiles que acostumbramos preenjuiciar. Siempre supe que iba a ser así. Debo decir que también me he reído acostumbrado a una cultura de este tipo de chistes. Cuando la vi desnuda y gorda me sonreí; pero no sé por qué me dio un pudor y una vergüenza desusada. Es lo extraño;… y razón de esta reflexión.
¿Qué quieren que les diga? La vi y recordé a todas las mujeres que se han pasado la vida de generación en generación luchando incluso contra la apatía o liviandad de su propio género para conquistar espacios de igualdad. Cuando la vi desnuda pensé en mi abuela, en mis madres, en nuestras compañeras de la universidad, nuestras amigas, mis hermanas y mis hijas. En mi esposa y también, amigos, en las señoras de ustedes. Y sentí una gran vergüenza. Por eso les pido, compañeros, no me manden esos chistes de mal gusto.
2 comentarios:
Me ha gustado mucho releer estos retazos biográficos, y muy especialmente el recuerdo- reflexión sobre la dignidad de tantas mujeres que se han pasado la vida luchando, soportando incluso la agresión, la apatia y la alienación humillante de muchas de su propio género.
Gracias por tu sensibilidad, por invitarme a ésta, tu casa, y por la simpatia que me regalas.
Un abrazo
Auristela...es preciosa. Se la pecibe mujer de caracter. En algunos rasgos de su cara se te reconoce. Gracias.
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