La tarea...

La gente grita que quiere un futuro mejor, pero el futuro es un vacío indiferente, mientras que el pasado está lleno de vida.

Su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo.

Todos quieren hacer de la memoria un laboratorio para retocar las fotografías y rescribir las biografías y la historia.

VICENTE

Quedamos de juntarnos en El Parrón entonces. Restaurante que soportó todo los avatares de la historia patria, menos la voracidad de las inmobiliarias Llegué antes de la hora acordada y solicité una cerveza Cero. Bebí mientras contemplaba disimuladamente a los comensales de otras mesas. Acto en extremo difícil; arte, yo diría. Estás solo ¿Qué otra cosa vas a hacer si no mirar a los demás? Esa vez ni siquiera llevaba un diario para desviar la vista. Me comí todo el pan con la pobre mantequilla que pusieron en un platillo de acero inoxidable mientras apostaba qué tipo de personajes estaban allí. Primero: jubilados. Tal vez parezco de los mismos. Segundo: Centros de mesas. Tercero: Profesor con su alumna. Profe; no cruce los codos sobre la mesa. Esa alumna acinturada es fina y explora el mundillo seudo bohemio de los docentes universitarios y esos zapatos ya superaron su kilometraje. Mejore su aseo. Cuarto: Secretaria con su compañero de trabajo. No la apuntes con el tenedor; ordinario. Tendrá ella la chasquilla curvada con laca y el pelo sucio,  pero chico, ten un mínimo de delicadeza. Quinto: Grupos estridentes al primer vaso de pisco sour, con escasez de muelas y dientes. Camisas de mala tela. Calcetines caídos de la vieja administración pública. Restorán de un pasado mejor. Me aburro. Hasta que aparece Vicente después del quinto minuto.
El Parrón tiene todo el swing de un local viejo, para viejos. Una barra larga, cacho en las mesas, música rara, y una ambientación de hotel-restaurant de los 60's. Es un gran lugar pa conversar, comer y echar la talla por un rato largo. De hecho con el transcurso de las horas y el alcohol, los decibeles van subiendo hasta que las risotadas son lo más escuchado. No es lo más barato de la cuadra, ni pretende serlo. Tampoco tiene las mejores parrilladas de Santiago, pero funciona perfecto cuando la idea es viajar un poco al pasado, ponerse nostálgico y recordar

. ¡Huevón tuve un día perro; me pateó mi novia!

Vicente tiene 67 años. Bien llevados. Bien trajinados, saboreados y atesorados. En alguna parte le han de cobrar la deuda. Aquí en la tierra; ya no. Lo recibo con una sonrisa. Me pongo de pie y le extiendo los brazos. Uno para estrecharle la mano y el otro para sujetarle el codo. Eso no se hace. Estoy tratando de congraciarme con él pero visto el universo del restorán, se ve a tono. Vicente es un hombre matrimonial. Y tiene perro. Un perro que vive en la calle. Se va. Desaparece por días y vuelve cuando se le da la gana. Regresa sin trazas de aventura. Es un Vicente canino y se llama Terry.

La mejor de la diez que tuve, hombre.

Viene dispuesto a hacerme confesiones, con su rostro de hombre serio cualquiera tiene mala lectura de él. Parece un hombre de alcurnia. Lo es. Parece un hombre respetable; también Parece un hombre serio. Sí. Ninguna duda.  Lo digo yo; que lo conozco hace años.

¡Ah; Vicente! Es impredecible. No lo sabré, si cuando almorzaba en una terraza hace días, veo pasar a Vicente en una moto Vespa sobre la vereda  ¡En la vereda!   rozando mi mesa y en dirección contraria al tránsito. Sentado sobre su moto como un comendador pero con casco. ¿Alguien sabe cómo se sienta un comendador? La espalda recta. Los brazo extendidos, flexionando levemente las muñecas sobre el manubrio, pero con guantes que asomaban de su chaqueta de corte inglés. Vicente pasa y dejaba una estela de humo insalubre. Podría yo estar en el mar del Caribe y Vicente pasaría en una moto jet, en la punta de las Torres del Paine y Vicente en un parapente, en un puente de los suspiros de Venecia y Vicente en la proa de un vaporeto de doliente en un funeral acuático. Es mágico.

Vicente desciende de latifundistas talquinos donde está el corazón de la patria latifundista y como tal, es genéticamente anticomunista y fervientemente católico pero sin odios, o sea es de centro derecha. Vicente es de apellido potentado y tiene sospechas varias de su origen, desde que su padre lo trató de negro maricón porque era el moreno entre sus hermanas rubias, delicado en sus manera y usaba pelo largo y livianos mocasines, como su amigos del Copellia en los 60'.

Vicente es correcto siempre y muy educado, producto de años y años en societé. Tiene un alto sentido del honor macho, a tal punto que para ceder el asiento a una dama, él se saca el sombrero y ventila el asiento para que el calor de sus posaderas no se traspase a las posaderas de la dama. No vayan a adivinar lo caliente que es. Vicente fuma. Y bebe; por Dios que bebe.

- ¿Cómo está don Vicente, qué se le ofrece hoy?
- Un pisco Sour, Gerardo.   A ti, te dejo con tu cerveza - me dice -  ¿Qué comemos?

Vicente pide criadillas. Están en su temporada. Y chorizos con ensalada chilena.

- ¿Y por qué te pateó, si se puede saber?
- ¿Qué por qué? Por lo peor que le pude pasar a una mujer.

Me lo dice casi increpándome. Pero él habla así. Y ante mi cara de perdido… y como si me contara un secreto en voz baja para que nadie - pero nadie de los que ni saben de nuestra existencia en ese restorán - se entere, me susurra:

- Se enamoró de otro.
Eso atrae mi curiosidad por ella.

- Ella era una delicia. Lejos; la mejor polola que he tenido. Pero lejos, hombre; ella me ponía corsé y me acinturaba ¿Sabes tú lo que es ponerse vestido de mujer? Una delicia.

Mientras corta sus criadillas, trato de imaginarme cuando me puse el vestido de mi hermana en la era paleolítica de mi vida. No experimenté nada extraordinario, aparte del frío en las bolas pero sí; me reí mucho. Como cuando me contaron que LA felicidad de un hombre está en mear sentado y la de la mujer en mear parada y hacer cañería de milico. Trato de imaginar la cara de mi padre si me hubiera visto vestido así. Me habría dicho rució maricón. Todos nuestros padres fueron machimachos.

- Con ella me puse medias. Luz de mis días, la acaricié con la espuma. Divina. Me afeitó las piernas y me las envidiaba porque decía que las mías eran más hermosa que las de ellas. Y es cierto. A mi mujer le dije que era para practicar ciclismo.

Ya veo su cara de dulzón con su polola, dejándose regalonear y aceptando que jueguen a las muñecas con él y le pongan un pañuelo de seda sobre la cabeza para que se parezca a las madres de Mayo. No temo reírme a carcajadas. Vicente ahora pide una chuletillas de cordero. Yo apenas puedo con mi polenta cremosa y dejo de beber.

- Soy muy higiénico, tengo cama separada de mi mujer. A cierta edad hay que tener la intimidad distante. Veo que no vas a seguir tomando así es que: con permiso, el elíxir de los dioses no se debe malograr con un desprecio. Es pecado mortal.

Vicente toma mi vaso de vino sin probar y lo vierte en su vaso.

Tú no puedes regresar al trabajo con todo lo que has bebido - me dice - tenemos que seguir.
- Dime cómo se te ocurrió ese cuento, Vicente. Está genial.

Vicente es un escritor formal. Premiado. Vive de los premios.  ¡Lo pueden creer!   Me ha secreteado lo que hay que hacer para ser un premiado. Hay que conocer el perfil de los premiadores, sus gustos y debilidades.  Fácil.  Es el gusto de ellos a donde hay que apuntar para premiarse. Ningún jurado tiene idea de nada excepto de lo que gusta.

- Regresaba de Casablanca. Me quedé dormido. Soñé que era piloto Spitfire de la Segunda Guerra. Y grite: ¡Nos dieron! Caí en llamas. Cuando desperté iba dando vueltas en mi camioneta Sabeiro hasta culminar mis giros en una acequia donde un sacerdote medio dormido me dijo: La suerte que tenís huevón. Agradécele al que está allá arriba. ¿La otra parte del cuento? Eran mis ángeles custodio; ellas …   
- Gerardo, me llevo estas sobritas de las chuletillas para el Terry… El terrible hambre que me va a venir después.

Vicente exige un bajativo de menta frappé. Pide que le adicionen pisco. Pide la cuenta. Paga.

- Por favor cómo lo voy a permitir. No tengas cuidado. Me voy a París,  Estocolmo. Tal vez pueda reconciliarme con mi hijo a quien ofendí de pensamiento, palabra y obra.

Vicente estudió en colegio católico apostólico romano; igual que yo. Bebe y me parece que se traga una lágrima. El hijo de Vicente es chef y arquitecto. Connotado. Connotado chef y millonario.  Me asalta una duda.

-  No me digas que le dijiste maricón porque le gustaba la cocina.
-  Sí.   Voy a París, a solicitar su perdón. Veo que vas a regresar a la pega. Ando en auto. Te llevo.



He compartido muchas tardes de barras y de bares con Vicente. Se ve bien. Impertérrito, seguro, amable, en pleno dominio de sí mismo, rancio… inmenso. Alguna vez en un “escarabajo” fuimos a ver lo que fue su casa; una mansión tipo mansión de Tara, de Lo Que El Viento Se Llevó.  Me comentó lo que eran los atardeceres en La Dehesa de los años 80, mirados entre las columnas estilo Georgiano - según él -  de lo que fue su residencia. A mí me pareció ... Classical Revival.

-   Rocé la clase dominante. La saciedad plena de un arquitecto florido. El estar bien con Dios y los hombres;  con lo que se sueña de sí mismo. La felicidad. Mi mujer plena de dicha. Hasta que se puso huevona.

Vicente me mostró su época de felicidad y también me mostró que es breve; apenas un parpadeo en la vida. No creo que eso sea exactamente  LA Felicidad, pero se le parece mucho.

Me subo al vehículo de Vicente, una especie de Studebaker de los años 60. Tiene 50 años de vida.

- Este auto es espectacular. Es modelo President. Ya tuve uno de estos. 
Mi mujer no le prestó su auto a mi hija. 
Una hija de Vicente no va a la universidad si no es en automóvil. Así es que le di el mío. Y me compré éste en 500 lucas. Es duro como un roble. Entre una locomotora y éste; caga la locomotora.

Y sale del estacionamiento en su bólido hasta llegar a la autopista donde un taxi le toca la bocina y Vicente le tira el auto:

- A ver cómo te va con éste, huevón prepotente. No sabís con la chichita que te estás curando. 
¿Te bajas aquí? Bien. Nos vemos para el próximo habano. Me esperan en el hoyo tres,  a las cuatro. Un cliente.

No hay mejor almuerzo que el compartido con Vicente, lástima que sea tan fanático del golf. 

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