- El 27 de Enero es mi cumpleaños don Enrique;
... Y el de Mozart,
... Y Carrol Lewis...
... Y de la muerte de Dostoiewski.
... Y de la grabación de Get Back de los Beatles.
- ¿Alguien lo ha saludado don Rubén?
- ¿Te atreves a cruzar al otro lado del Mapocho? ¿Vamos?
- Vamos.
Y ahí vamos con el Enrique. Doce y media de la mañana. Calor entre carretones, basura y frutas de la estación reventadas en los adoquines. Vamos con más hambre que la cresta. En nuestras caras pálidas alguien adivina y nos grita:
- ¡Caldo `e pata casero!
Nos miramos pa juntar valor.
- ¿Enrique?
- Que sean dos.
- ¡Dos caldo `e pata, palo chiquillos!
La marraqueta crujiente y un pocillo de greda atiborrada con pebre de cilantro con tomate y otro de margarina al por mayor están en la oferta.
Una diva morena de superiores caderas y señalados senos en la región toráxica famosa pone en la mesa una pata de cerdo en cada plato rodeadas por el caldo de remotas naciones respetado por suculento, graso y poderoso.
- ¿Un tecito en taza don Rubén?
- Muy temprano don Enrique. Sopiemos primero. Y sopiamos.
- Llegó la hora de hincarle diente a la pata Enrique.
Los cuchillos atraviesan una a una las capas delicadas, mansas y suaves que en las puntas del tridente tiemblan como mariposas primerizas antes de caer a dentelladas.
Un contertuliano gustoso de la vecina mesa, recibe un maxilar inferior de cordero del que cuelga una lengua sin cuero y una dentadura sin memoria de sus piezas más remotas haciéndole el honor al degustante. Por menos de luca. No está mal.
- ¿A que hora es la cuestión?
- A las cuatro es la reunión en el Mall del Centro.
- ¿Y qué hora es?
- La una y media. Vamos a otra picá.
- ¿Un tecito con sanguchito don Rubén?
- ¿De pernil? ¿Arrollado de chancho? ¿Queso de cabeza?
- De pernil; don mister.
La marraqueta, el pan francés y el pan batido es una misma cosa = pan crujiente y dispuesto, listo ya. Un, dos, tres capas de un pernil recién cocido se posan sobre el crujiente, previo embadurnado del soporte con margarina hasta el borde mismo de los dedos. El jamón rubicundo y su manteca etérea se derriten entre lengua y paladar. Perfecto. Seguimos apretando la bolsita de té para darle un sabor más áspero y mejorar el bolo alimenticio. Tarea cumplida en diez minutos.
- No tendrán . . . aspirina? . . . silicona? . . . ¿Cómo se llama? . . . ¡Sacarina!
- Como se te ocurre. Tómatelo así nomás. Para que te corte la grasa.
Caminamos acalorados entre cajones de fruta, borrachos cargadores, que no es lo mismo que decir cargadores borrachos; son oficios distintos, mujeres del comercio ambulante, perros transeúntes que conocedores del Reglamento del Tránsito se detienen ante un paso de cebra y palomas peatones que vitrinean frente a los locales de La Vega como nanas que se pavonean de lo lindo. Ni a patadas logramos que alcen vuelo del nivel de piso terminado. Saben donde está la papa.
- Son las dos de la tarde, la hora del almuerzo, Enrique.
Y el látigo de olores y vapores nos azota con inéditas, desfachatadas y fuertes tentaciones. Las cocinerías nos flagelan, con oferta de porotos con rienda, guatitas a la jardinera, charquicán, lentejas de la Abuela, riñones al jerez y las prietas con puré.
En la calle asoleada miramos hacia el vano oscuro de un bodegón del que emerge la imagen de un viandante cabizbajo frente a un caldo de huesos salpicado con ají color, cebolla pluma y trozos de media papa cortada a lo largo. Al fondo del plato se ven los huevos duros cortados en rodajas, el perejil picado y los restos de asado del día de ayer. Se le asoman los primeros goteos en la nariz y parece que va ha empezar a llorar de emoción. Ajiaco. Antes de dar por iniciado el llanto, el viandante remoja con el dedo parado un ají verde despepitado, partido en dos. Se acordará de su madre. Llanto asegurado.
¡El ajiaco! El más reponedor, acogedor, contundente y maravilloso plato cuyo gran secreto y esencial ingrediente es la carne asada a la parrilla que saborea inconfundible. Después de todo lo tomado, lo bailado, lo reído, un plato sopero, con caldo hirviendo, huevo haciéndose y perejil picadito dice claramente Viva Chile y nos paramos de nuevo. Y ahí vamos.
- ... Pero hay un gil cantando con guitarra.
- ¿Y?
- No me gusta que me escupan en el plato.
¡Qué charquicán tan sabroso!
Con porotos y choclito,
perejil y oreganito...
tentaba al menos goloso.
Y para colmo de dicha,
cebolla, ají en escabeche
y, en vez de vino-campeche,
una botella de chicha
¡Ah chucha!
Al frente una pizarra escrita como Dios manda, esto es, sin faltas de ortografía, le ofrece al caserito lo siguiente: carne al jugo con arroz, porotos granados con mazamorra, carbonada, cazuela de ave, pulpa asada, prietas, pollo asado, pollo arvejado, pescado frito más acompañamiento, sopa de pantrucas, pan y ensalada a la chilena y/o surtida, más un vaso de jugo o bebida. Aceite y sal sin mantel ni servilleta. Todo por mil doscientos pesos. Y la propina corre por su voluntad, dependiendo del gusto que le cause el bamboleo de esas caderas anchas y ajenas como el mundo mismo, de la hija de la señora Rosa y su abuela desalmada que al fondo de la cocinería pela pollitos con agua caliente.
- Esta es picada Enrique. Ta cantando Lucho Barrios.
- ...“ Yo creo que a todos los hombres
... les debe pasar lo mismo...”
- ¿Entramos don Rubén?
- ¿No me hará mal don Enrique?
- ¡Cuatro prietas con puré más ensalada surtida!
.
La hija de la señora Rosa, Carmencita Silva, prepara el repollo muy muy picado, que es la forma correcta de servirlo, lechuga escarola en hoja entera, betarraga muy cocida y fría y tomate con cebolla pluma. Generosa y feliz satura el plato con sonrisas, sal, limón y aceite Miraflores. Los vegetales llegan todos libertinos, iluminados, resplandeciendo con sus gotas de rocío. Se pasa la mano, que aún sostiene la cortante por la frente y suspira satisfecha de su labor mientras las gotas de sudor le corren brazo abajo y luego continúa con otros clientes.
Su madre, la señora Rosa Martínez, nos trae humeando las piezas de caza demandadas, esto es: dos prietas cocidas, de color café - moro como dos siamesas unidas por sus pitillas hervidas coronando el puré amarillo como un sol. ¡Ah!...Las tiernas prietas, cual paté foie, que al cortarlas tiemblan como una princesa enamorada en su noche de bodas y que se abren en una erupción de vapor dejando ver la masa oscura de la sangre sazonada que está diciendo a gritos; acompáñenme con vino blanco, por favor..
No hacia falta más. Y partimos con un Carola de una estrella solitaria como en la bandera, frío; y que alcanzó justo para la última dentellada. Nos echamos para atrás y suspiramos mirando los alrededores.
- El postre Enrique,... el postre.
- Yo lo guío don Rubén, sígame.
- Crucemos.
Cruzamos raudamente la avenida sumamente ancha, frente a la vieja estación de ferrocarriles de El Mapocho. Centro Cultural Estación Mapocho, oye, y la boca te queda ahí mismo.
¿Nunca vieron correr a Enrique?
Pues déjenme decirles que corría a saltos por la avenida General Mackena, sobre la punta de sus pies, más ágil, ligero y veloz que el hada Campanita. Sólo que su impulso inicial alcanzaba para seis metros razón por la cual llegó a la otra orilla jadeante y sudado al punto de un colapso para introducirme a un topples.
- Enrique ¿cuál es la idea?
- ¿Es que no me decías: el topples, Enrique... el topples?
- No Enrique; te dije: el postre, Enrique... el postre.
- ... ¡Al Hoyo! Vamos altiro al Hoyo. Al bajativo de un terremoto exprés.
Y allí estábamos bebiéndonos ese elixir dorado de pipeño, frío y burbujeante con un helado de piña, de esos de la micro, flotando jabonosamente dentro del amplio y generoso vaso.
- ¿Con réplica o sin réplica?
"Tengo chicha vieja y rica,
buenos fiambres y ensaladas,
cerveza, coñac, ajenjo,
ponche en leche, ponche en agua;
en fin, licor nos queda"
- Tres y media Enrique, tamos atrasados y pasados a trago. Vamos.
- ¿Pasemos a tomar un café helado para matar el tufo?
Y allí estábamos bebiéndonos ese elixir de café frío y azucarado con su helado de vainilla, de esos de la micro, flotando jabonosamente dentro del vaso "diet".
- ¿Con réplica o sin réplica?
- ¿Qué hora es?
- Diez para las cuatro. Y aún no puedo pronunciar en forma invicta; “Alejandro Rodríguez”.
- Don Rubén, usted no estaría pasando la prueba.
- Y usted don Enrique,... tampoco.
Si ustedes desconocen la expresión: ... “Alejandro Rodríguez“..., permítanme decirles que si logran pronunciar límpidamente y sin tropiezos esas palabras después de beber lo que bebimos con Enrique, quiere decir que pasarán sin alborotos la más difícil prueba de Alcotest.
- Oye; en el mall hay un café. Tomemos un exprés para matar el tufo.
Eso nos acercaba al Mall del Centro, lugar de la reunión y vertiginosamente subimos al patio de comidas, vía escalera mecánica, donde se encontraba la cafetería “ Cory”. Pedimos un café exprés y un cortado.
Y allí estábamos bebiéndonos ese elixir de café denso, espeso, negro y azucarado con su galletitas de juguete y su píldora de chocolate.
Alguien desde una mesa lejana nos saluda. Respondemos recatada y pudorosamente con un movimiento de cabeza para no llamar la atención. Continuamos nuestra charla soterrada cuando vemos que se nos acercan Rosenberg, el Gerente General de la Inmobiliaria y mandante de nuestra empresa con su Gerente de Manutención y Operaciones a congratularnos con sus mejores sonrisas.
- Pero qué alegría saludarlos. ¿Vienen a la reunión?
Me levanto de la mesa para agradecer tan grata bienvenida y Enrique a su vez se levanta de la mesa para saludar, . . . cuando veo a mi amigo Enrique Rojas Guzmán en toda su expresión post - almuerzo: corbata colgando a la altura del ombligo derecho. Una manga de la camisa sin botones sobre la punta de los dedos y la otra manga muy afuera de la chaqueta manchada con los restos del caldo de patas. Camisa desabrochada a lo menos en los cuatro primeros botones a objeto de que se le viera lo pelo en pecho que era. Mitad de la camisa fuera del pantalón. Un suspensor sin abrochar. Bragueta abierta. Sudor. Sonrisa bobalicona con restos de perejil, tambaleo sutil y los anteojos con un lente menos. Y yo no debo haber estado mejor.
Luego de los saludos de rigor y despedidas. Nuestros gerentes vuelven a sus mesas y Enrique me comenta:
- ¿Te diste cuenta con qué respeto y afecto nos saludaron? Somos autoridades - compadre - autoridades. Y le contesto:
- Sí,... “Alejandro Rodríguez”...
Comienza la reunión tipo cuatro y media y pregunto:
- ¿Cuál es el objeto de la reunión?
- Tenemos problemas con el alcantarillado de aguas servidas. Se nos rebasa la cámara eyectora de los baños públicos y tenemos el subterráneo inundado en aguas servidas y sus respectivos monumentos.
Ahí recién me acordé que era urgente ir al baño. Y cuando me dirigía hacia él, escucho la voz en sordina de Enrique Rojas:
- . . . Don Rubén; nos faltó pasar al Hotel San Francisco. . .
por el pisco saguer. . .
Día redondo.
¡El ajiaco! El más reponedor, acogedor, contundente y maravilloso plato cuyo gran secreto y esencial ingrediente es la carne asada a la parrilla que saborea inconfundible. Después de todo lo tomado, lo bailado, lo reído, un plato sopero, con caldo hirviendo, huevo haciéndose y perejil picadito dice claramente Viva Chile y nos paramos de nuevo. Y ahí vamos.
- ... Pero hay un gil cantando con guitarra.
- ¿Y?
- No me gusta que me escupan en el plato.
¡Qué charquicán tan sabroso!
Con porotos y choclito,
perejil y oreganito...
tentaba al menos goloso.
Y para colmo de dicha,
cebolla, ají en escabeche
y, en vez de vino-campeche,
una botella de chicha
¡Ah chucha!
Al frente una pizarra escrita como Dios manda, esto es, sin faltas de ortografía, le ofrece al caserito lo siguiente: carne al jugo con arroz, porotos granados con mazamorra, carbonada, cazuela de ave, pulpa asada, prietas, pollo asado, pollo arvejado, pescado frito más acompañamiento, sopa de pantrucas, pan y ensalada a la chilena y/o surtida, más un vaso de jugo o bebida. Aceite y sal sin mantel ni servilleta. Todo por mil doscientos pesos. Y la propina corre por su voluntad, dependiendo del gusto que le cause el bamboleo de esas caderas anchas y ajenas como el mundo mismo, de la hija de la señora Rosa y su abuela desalmada que al fondo de la cocinería pela pollitos con agua caliente.
- Esta es picada Enrique. Ta cantando Lucho Barrios.
- ...“ Yo creo que a todos los hombres
... les debe pasar lo mismo...”
- ¿Entramos don Rubén?
- ¿No me hará mal don Enrique?
- ¡Cuatro prietas con puré más ensalada surtida!
.
La hija de la señora Rosa, Carmencita Silva, prepara el repollo muy muy picado, que es la forma correcta de servirlo, lechuga escarola en hoja entera, betarraga muy cocida y fría y tomate con cebolla pluma. Generosa y feliz satura el plato con sonrisas, sal, limón y aceite Miraflores. Los vegetales llegan todos libertinos, iluminados, resplandeciendo con sus gotas de rocío. Se pasa la mano, que aún sostiene la cortante por la frente y suspira satisfecha de su labor mientras las gotas de sudor le corren brazo abajo y luego continúa con otros clientes.
Su madre, la señora Rosa Martínez, nos trae humeando las piezas de caza demandadas, esto es: dos prietas cocidas, de color café - moro como dos siamesas unidas por sus pitillas hervidas coronando el puré amarillo como un sol. ¡Ah!...Las tiernas prietas, cual paté foie, que al cortarlas tiemblan como una princesa enamorada en su noche de bodas y que se abren en una erupción de vapor dejando ver la masa oscura de la sangre sazonada que está diciendo a gritos; acompáñenme con vino blanco, por favor..
No hacia falta más. Y partimos con un Carola de una estrella solitaria como en la bandera, frío; y que alcanzó justo para la última dentellada. Nos echamos para atrás y suspiramos mirando los alrededores.
- El postre Enrique,... el postre.
- Yo lo guío don Rubén, sígame.
- Crucemos.
Cruzamos raudamente la avenida sumamente ancha, frente a la vieja estación de ferrocarriles de El Mapocho. Centro Cultural Estación Mapocho, oye, y la boca te queda ahí mismo.
¿Nunca vieron correr a Enrique?
Pues déjenme decirles que corría a saltos por la avenida General Mackena, sobre la punta de sus pies, más ágil, ligero y veloz que el hada Campanita. Sólo que su impulso inicial alcanzaba para seis metros razón por la cual llegó a la otra orilla jadeante y sudado al punto de un colapso para introducirme a un topples.
- Enrique ¿cuál es la idea?
- ¿Es que no me decías: el topples, Enrique... el topples?
- No Enrique; te dije: el postre, Enrique... el postre.
- ... ¡Al Hoyo! Vamos altiro al Hoyo. Al bajativo de un terremoto exprés.
Y allí estábamos bebiéndonos ese elixir dorado de pipeño, frío y burbujeante con un helado de piña, de esos de la micro, flotando jabonosamente dentro del amplio y generoso vaso.
- ¿Con réplica o sin réplica?
"Tengo chicha vieja y rica,
buenos fiambres y ensaladas,
cerveza, coñac, ajenjo,
ponche en leche, ponche en agua;
en fin, licor nos queda"
- Tres y media Enrique, tamos atrasados y pasados a trago. Vamos.
- ¿Pasemos a tomar un café helado para matar el tufo?
Y allí estábamos bebiéndonos ese elixir de café frío y azucarado con su helado de vainilla, de esos de la micro, flotando jabonosamente dentro del vaso "diet".
- ¿Con réplica o sin réplica?
- ¿Qué hora es?
- Diez para las cuatro. Y aún no puedo pronunciar en forma invicta; “Alejandro Rodríguez”.
- Don Rubén, usted no estaría pasando la prueba.
- Y usted don Enrique,... tampoco.
Si ustedes desconocen la expresión: ... “Alejandro Rodríguez“..., permítanme decirles que si logran pronunciar límpidamente y sin tropiezos esas palabras después de beber lo que bebimos con Enrique, quiere decir que pasarán sin alborotos la más difícil prueba de Alcotest.
- Oye; en el mall hay un café. Tomemos un exprés para matar el tufo.
Eso nos acercaba al Mall del Centro, lugar de la reunión y vertiginosamente subimos al patio de comidas, vía escalera mecánica, donde se encontraba la cafetería “ Cory”. Pedimos un café exprés y un cortado.
Y allí estábamos bebiéndonos ese elixir de café denso, espeso, negro y azucarado con su galletitas de juguete y su píldora de chocolate.
Alguien desde una mesa lejana nos saluda. Respondemos recatada y pudorosamente con un movimiento de cabeza para no llamar la atención. Continuamos nuestra charla soterrada cuando vemos que se nos acercan Rosenberg, el Gerente General de la Inmobiliaria y mandante de nuestra empresa con su Gerente de Manutención y Operaciones a congratularnos con sus mejores sonrisas.
- Pero qué alegría saludarlos. ¿Vienen a la reunión?
Me levanto de la mesa para agradecer tan grata bienvenida y Enrique a su vez se levanta de la mesa para saludar, . . . cuando veo a mi amigo Enrique Rojas Guzmán en toda su expresión post - almuerzo: corbata colgando a la altura del ombligo derecho. Una manga de la camisa sin botones sobre la punta de los dedos y la otra manga muy afuera de la chaqueta manchada con los restos del caldo de patas. Camisa desabrochada a lo menos en los cuatro primeros botones a objeto de que se le viera lo pelo en pecho que era. Mitad de la camisa fuera del pantalón. Un suspensor sin abrochar. Bragueta abierta. Sudor. Sonrisa bobalicona con restos de perejil, tambaleo sutil y los anteojos con un lente menos. Y yo no debo haber estado mejor.
Luego de los saludos de rigor y despedidas. Nuestros gerentes vuelven a sus mesas y Enrique me comenta:
- ¿Te diste cuenta con qué respeto y afecto nos saludaron? Somos autoridades - compadre - autoridades. Y le contesto:
- Sí,... “Alejandro Rodríguez”...
Comienza la reunión tipo cuatro y media y pregunto:
- ¿Cuál es el objeto de la reunión?
- Tenemos problemas con el alcantarillado de aguas servidas. Se nos rebasa la cámara eyectora de los baños públicos y tenemos el subterráneo inundado en aguas servidas y sus respectivos monumentos.
Ahí recién me acordé que era urgente ir al baño. Y cuando me dirigía hacia él, escucho la voz en sordina de Enrique Rojas:
- . . . Don Rubén; nos faltó pasar al Hotel San Francisco. . .
por el pisco saguer. . .
Día redondo.
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