La tarea...

La gente grita que quiere un futuro mejor, pero el futuro es un vacío indiferente, mientras que el pasado está lleno de vida.

Su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo.

Todos quieren hacer de la memoria un laboratorio para retocar las fotografías y rescribir las biografías y la historia.

PUNTA ARENAS y EL GATOPARDO de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

Querido amigo Agustino: No recuerdo si fue el cartel de su versión cinematográfica o algún artículo o escuchar repetidamente por eruditos y sesudos comentaristas, ese axioma conservador pero audaz sobre los cambios históricos:
"Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie.


 ‘‘O qué sé yo; el caso es que compré El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa. Rondaba por mi cabeza. Tapas de cartón, biografía del autor, resumen de la obra, versión completa y con ilustraciones originales. ¡Como los libros de antaño! Volvió a mí, como la primera vez que lo vi. ...
Hacia mucho tiempo que conocía El Gatopardo. Cayó en mis manos de niño porque seguramente lo llevó a casa el Tío Vinicio. Has de saber que tengo familiares italianos de tomo y lomo. No recuerdo haberlo leído pero me parece que lo revisé y no me interesó mayormente pues su lectura era muy sofisticada para un muchacho de 11 años. Me llamó la atención porque en su portada se recortaba de espaldas la silueta de un señor con pelo rojo ensortijado de abrigo acinturado, botas de caza y fusta. Todo de negro. 


 
Tío, 
Vinicio Ciscutti
Al fondo, en violeta brumoso entre el follaje de doradas hojas, aparecía un lago liso y quieto que más parecía un estanque de profundidades muertas y sobre el cual descansaban difusamente unos rocas manchadas de vegetación verde veronés que se sumergían inconmovibles al terror de esas aguas quietas. Y ya en tonos violáceos, la perspectiva difusa de los cerros y las nubes del cielo Siciliano. Era lo más parecido a esos paisajes impresos en las cajas de cartón para chocolate con una cinta de seda amarilla cruzada en una esquina y que se mantenían invictas en las vidrieras de mi otro tío; el francés tío,  Raoul. Pero sus bombones a esa edad, me refiero a las exquisiteces de su texto, no me eran digeribles. El Gatopardo no dejaría de llamarme.

El tío Vinicio Ciscutti era un garibaldino. Ese héroe de la unificación italiana de cuando Venecia, Génova y la misma Roma no pertenecían a Italia. Ya sabes lo que es tener parientes italianos. Gritan por todo y a lo tenor. Drama. Música. Pintura... Falta de templanza. Por eso amo la paradójica mesura española. Mesura hasta el sufrimiento pedía Séneca a quienes se gozaban en el arte de pensar. Sin mesura todo es mucho más arisco, árido, pobre y triste. Aunque otros de sangre anglo sajona gritan por el exceso que santifica; ese era Blake. Contradicciones. El tío Vinicio tenia unos ojos azules e intensos de risa y alegría

El Gatopardo se publicó en Italia en 1957 y en Punta Arenas debe haber sido allí por el 62 cuando cayó en mis manos. Lampedusa sitúa la acción de la novela 100 años antes, en la Sicilia de 1860, cuando desembarca Garibaldi en la isla Sicilia en plena campaña de unificación de Italia. El protagonista es el príncipe Fabrizio de Salina, quien asiste al fin de un estilo de vida y de la hegemonía de una clase social muy parecida a la de nuestros estancieros de los años 60. Pero a nosotros nos faltaba historia por vivir y creo que nadie, a menos que se deje llevar por la febril lírica, podría haber hecho alguna similitud entre lo que ocurría con algunos terratenientes locales y la historia de nuestro príncipe.
La fecha de la unificación italiana te puede parecer muy vieja pero si en verdad comienzas a sacar cuentas, estamos hablando de la fecha en que nuestros abuelos eran rapaces saltando entre los bultos de los malecones de los puertos que destinaban a …¡lámerica!... Claro que entre la edad rapaz de nuestros abuelos y mi edad senil ha pasado ya más de un siglo. Pero no es nada. La historia está aquí, a una voz de la verdad.

Será en mi adolescencia cuando me encuentre una vez más con la palabra El Gatopardo. Y fue en mi "cinema Paradiso"; el Cine Carrera de Quilpué . Allí se estrena la película con Burt Lancaster como el Príncipe, Alain Delon como Trancredi y Claudia Cardinale como Angélica. Las imágenes eran pulcras .
Recuerdo el rostro del Príncipe mirando en el espejo cómo se desliza por su rostro en decadencia, una solitaria e incontenible lágrima. Debe ser la mejor escena de Burt Lancaster. Hay mucho diálogo que reproduce literalmente el texto y eso es un agrado. Está el vestuario fastuoso y un largo baile que ocupa un tercio de la película que asocio en el ritmo, a otra gran película; la Edad de la Inocencia.

...No sé si El Gatopardo es la mejor película italiana del siglo XX pero puedo afirmar que la novela es imponente, maciza. Estamos pues, ante un clásico en el mejor sentido de la palabra. Una de esas obras que al leerlas convierten la actualidad en puro ruido de fondo. Escéptico respecto a las revoluciones, amante del progreso, pero educado con todos los estigmas del antiguo régimen, el Príncipe combina su despectiva incomprensión hacia los burgueses con un desprecio manifiesto hacia los nobles y la apatía por la clase campesina. Hay sólo agrias relaciones agrarias.

“Soy acaso más inteligente, soy sin duda más culto que ellos, pero soy de la misma camada, debo solidarizarme con ellos”.

Es una obra para mayores de edad. Para después de los cincuenta; cuando ya nos dimos cuenta del peso específico que el tiempo adicionó a nuestras erudiciones, a nuestras frustraciones, a nuestras sospechas certeras, a nuestros frágiles éxitos rotundos, a nuestra ecuánime e infalible mirada hacia el pasado.

El Gatopardo es un ángel inmerso en esa burbuja de anaqueles, que me acompañó desde pequeño hasta la hora justa de manifestarse, al igual que las enfermedades seniles sobre mi otrora piel lisa y juvenil que entonces pude adornar con vestiduras intencionadamente modestas; tipo chaquetón marino y que era mi tenida preferida en la universidad para parecer de la vanguardia. Agustino; bajo esa ropa pretendidamente común siempre fuimos príncipes para nuestros padres, tías o criadas y recién ahora estamos ciertos de lo que fuimos. Que digo príncipes;... ¡dioses!

Hay párrafos memorables en el libro que te comento y que son de exquisita agudeza. El Gatopardo observa los acontecimientos con ironía, con soterrada irritación, con pesimismo y enfrenta a un mismo nivel la dialéctica de la historia con la nostalgia personal y que al fin de cuentas, es lo que me ha llamado a escribirte.

 Irma Ciscutti Bourgade
Pues bien; el tío Vinicio, hijo del inmigrante Fortunato Ciscutti y  casado con la pintora  concertista en piano Victoria Bourgade Domini; a quien le decía  suspirando: ¡Mi Totó!... cantante furibundo de cuanta aria italiana llegaba por los discos de carbón 78 revoluciones;  engendró una rubia descendencia para las Bellas Artes. Una de ellas era su hija a la cual yo le decía tía Irma. La recuerdo pianista eximia con aires de Isadora Duncan. Hermosa hasta la perplejidad total. Era rubia intensa que vestía en casa con blancos tules de minuciosos entramados traslúcidos que dejaban ver una piel inmaculada y le daban ese aire de hada de las crónicas celtas.
En las extremadamente pulcras calles venteadas de Punta Arenas caminaba a largos pasos con sus medias de sedas y costuras al medio que cubrían sus piernas bien formadas y con grueso abrigo de piel dorado hasta el cuello, para dejar ondeando libre y traviesa su melena al viento. En su rostro de belleza clásica, se acentuaban los ojos inteligentes, sutiles y una mirada con visos de triste miel. Una diva melancólica. La ciudad de Punta Arenas tenía su sol deslinzándose por la calles. Comprenderás que visitar su casa y su   amplia galería vidriada donde se desarrollaban fiestas interminables y concurridas, en las que su piano presidía el paraninfo atiborrado de lámparas de lágrimas, cuadros con marcos de bronce y filigranas en relieve que contenían figuras de cazadores con perros y piezas de caza, retratos, oleos y acuarelas, imágenes sagradas, grandes felpudos y cortinajes de terciopelo levantinos, era entrar en aquel entonces, más que a un palacio; a un cofre gigante de Ali Baba y hoy a un limbo de recuerdos que me impregnan de magia y nostalgia.
También era - y lo sé ahora, - vivir en las habitaciones del palacio de Fabricio de Salina; el príncipe.Todo el salón parecía estar delineado para ella. Sus cornisas doradas,  como su cabello,  no hacia más que remarcar su belleza cuando reía con rubor a los destellos y reflejos de las lámparas.
Aún puedo recordar mi deseo secreto de que las flores siemprevivas con sus colores vivaces dieran su perfume preciso al dorado tenue del ambiente, pero el olor a incienso era levemente intenso y siempre sospeché que era para atenuar el aroma de un animal posado sobre su cama o sobre el piano. Un gato inmenso. Un gatopardo de amarillo pelaje moteado con terrosas rayas de Borneo, de Sumatra, o de Java, ¡que se yo! Tenía dos fascinantes ojos de cristales amarillos que me seguían con la mirada a donde yo me moviera, dos erguidas orejas siempre atentas pero inmóviles, el hocico abierto mostraba sus dientes felinos y el pelaje opaco y hediondo propio de los embalsamados. Era instalado ora en el piano, ora en la cama. Regalo del tío Vinicio para su hija; Irma Ciscutti Bourgade.

La tía Irma era madre de tres niños hermosos como ella. Ella era un artista que no se ocupaba de los menesteres domésticos. La casa que ocupaba estaba suspendida, flotaba, ondeaba por así decirlo, sobre palafitos y bajo ella el gran patio absolutamente desnudo encuadrado por una espesa cerca de tablas grises. Había sido importada de Francia para cobijar la vida de los Ciscutti - Bourgade y nunca fue pintada, razón del color gris de sus maderas. Adentro,  todo el decorado rococó del mundo de los sueños de tía Irma. Afuera nada más que el viento intenso de Punta Arenas puliendo las cinco fachadas de la casa y la gran escalinata reseca y relavada por las lluvias permanentes.
Serían las tres de la tarde cuando se inició el ulular de las sirenas desde los cuarteles de los bomberos. Tío Vinicio, en aquel entonces funcionario de Correos, abandonó sus oficinas para correr hacia el cuartel de la Bomba Italia, subió al carro de escalas y hachas que iba saliendo con sólo dos voluntarios quienes con el carro en marcha iban cambiándose de tenida. El carro subió por la Avenida Colón con su sirena a tope y sus luces de emergencia destellando. Ya se divisaban los humos en avenida Bulnes.

Al llegar el carro al sitio del siniestro se encontró con toda la familia de su hija en los bandejones de la avenida. Su casa era una hoguera. Los contó. Estaban todos llorando y tía Irma en su bata de tul adherida a su cuerpo por el viento. En un arranque de drama y ópera, el gran tío Vinicio entró a la casa en llamas y se perdió en la humareda. Los gritos de sus compañeros no lograron detenerlo en su acción irreflexiva. El viento por momentos, empujaba las llamas que ya cubrían todos los frentes y la casa parecía levitar. En cada ventana no se veían más que fuego. El carro bomba mal estacionado ya sufría en sus pinturas el englobamiento por efectos del calor. Tío Vinicio salió agazapado, tosiendo ennegrecido y bajo sus brazos un bulto aún humeante del que sobresalían dos ojos de vidrio que miraban con regaño y la cola aún curvada.
Así como la novela El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa concluye con el disecado perro Béndico arrojado al basurero, haciendo una alegoría terminal de la clase en decadencia, el gran tío Vinicio salvó de las llamas el único legado de su patria; un gatopardo embalsamado, símbolo y emblema de todo lo que contenía la novela de Lampedusa y quizás de todos los recuerdos de su Italia.
Nunca nadie supo por qué ese gatopardo embalsamado llego a casa de tía Irma, ni qué significaba y después del incendio desapareció.  Quienes lo vieron posado sobre el piano o sobre la cama, lo olvidaron. Nadie preguntó jamás por él y lo que es peor, soy el único que recuerda con nostalgia al gatopardo posado sobre el piano. Tenía yo en aquel entonces seis años.

"Cada vez que se encuentra un pariente, uno se encuentra con la espina”; Lampedusa.

Agustino, me despido de ti con un abrazo consistente, denso, macizo, acompañado de un gesto tan fraterno y formidable como un beso.
Leopoldo.


2 comentarios:

El pensador... dijo...

Primo,es una maravilla lo que has conseguido en este relato...
Tienes una perspectiva directa,imagenes claras,y narrativa ensoñadora...
Buenisimo escritor en la familia,me gusta eso.
Gracias por la mirada y por el recuerdo a mamá.

luna dijo...

Muchas gracias por este gran relato es sobre todo un recuerdo onírico de la vida de una mujer tan bella como lo era mi nona.
Luego de algunos años tras su muerte me doy cuenta que no solo yo pensaba en ella como una pieza de ámbar en el burò de algún artista galardonado.Sus cabellos color mantequilla y su piel blanca como la nieve la perfilaban como una princesa de odas escandinavas.
Sus manos siempre suaves y actitud benevolente era lo que mas me gustaba.
He vuelto a repetir muchas gracias por adornar la vida de una mujer elegante defensora de los débiles y de ideas claras.