La tarea...

La gente grita que quiere un futuro mejor, pero el futuro es un vacío indiferente, mientras que el pasado está lleno de vida.

Su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo.

Todos quieren hacer de la memoria un laboratorio para retocar las fotografías y rescribir las biografías y la historia.

BANDIDOS A LAS DIEZ


(Que me excuse pero no pude resistirme a subir este cuento premiado en el Concurso de la Sociedad de Escritores de Valparaíso.  
Me dice:  
- Sólo sabré qué premio es, el día de la premiación, en marzo de 2011.  Y recibo su abrazo. Es cuento y abrazo,  de mi amigo Roberto Briones, fino arquitecto, cuentista lúcido, bohemio sin redención posible, hígado sobrehumano, caballero que deleita bajo el seudónimo de BRAMANTE)

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Día transparente como los que no tengo en Santiago. Con nitidez se distingue a lo lejos la puntilla de Reñaca, la de Concón y la de Quintero. Helada y celeste mañana de invierno, viento sur, viento azul del sur, el que trae las noches estrelladas y atardeceres rojos de sol inmaculado. Me detengo como lo hago todas las mañanas de los días miércoles de los últimos cinco años, desde que soy profesor de Aerodinámica en la Universidad Federico Santa María en el último descanso de la escalera de piedra, un rito más de los muchos que me he inventado durante mi vida. Desde ahí miro el horizonte, de norte a sur con mis ojos expertos, capaces de distinguir cúmulos, térmicas y vientos favorables. Subo el cuello de mi abrigo hasta cubrir mis orejas, respiro hondo y pienso como todos los miércoles “¿Por qué crestas me metí a la Capitán Abalos? Yo debí haber sido marino” y sigo, “Bueno, pero lo pasé bien y lo hice bien. Fui un buen piloto, el mejor de los Hawker Hunter cuando estaban nuevos y no se caían como moscas envenenadas. Yo debí haber bombardeado La Moneda si no hubiera estado en Londres negociando repuestos con la Rolls Royce. El general Leigh me habría elegido a mí porque nunca olvidó cuando volábamos tocándonos las alas y rasguñábamos la guata de los Hawkers con la cresta del Aconcagua”. 
Sigo descendiendo la escalera de piedra, me gusta hacerlo porque en este espacio maravilloso me siento un príncipe florentino encantado por la magia de su huella y de su paso. No me detengo en los descansos que siguen hasta el balcón intermedio donde se juntan las dos escaleras. Es el momento en que pienso en los lenguados, en las corvinas y en los erizos de la caleta Portales los que nunca probé porque no me gustan los platos, tampoco los cubiertos ni menos aún el vino blanco tibio. Es el balcón de la encrucijada donde debo elegir entre Viña o Pancho y no sé por qué lo pienso tanto si siempre ha sido Pancho. Bajo a esperar una micro que me deje cerca del Bar Inglés y si quedo lejos, mejor. Me gusta caminar por las calles sorprendentes de Valparaíso y por el plan con su elegancia misteriosa.

- Osvaldo, un Martini seco en Beefeather como siempre. A las once de la mañana, el Martini seco remece y ensueña. Es el momento de elegir el cerro, hoy quiero el Polanco, quiero subir por el ascensor Simpson, el día está especial para subir por la torre.
-Adiós, Osvaldo, vuelvo a almorzar a la una. Detrás de mi queda la luz transparente de la gélida mañana de invierno. Me interno en la oscuridad del túnel de paredes mojadas y eco ensordinado. Crujen hierros y maderas, el ascensor ha llegado depositando sombras en medio de la penumbra. Soy el único pasajero que sube pero igual se detiene en la parada intermedia. Abre sus puertas y contemplo fugazmente otra ciudad, otras casas y dimensiones. Volvemos a subir hasta el regalo final: El balcón mirador y el puente de canto y cuento. Miro y recorro sin pisar la calle, la bahía y el telar de cerros me llenan de sobra. El frío en la nariz y un cosquilleo en la garganta que pide Beefeather me piden partir de vuelta al Bar Inglés.

- Dame otro Martini, Osvaldo y prepárame unos erizos al matico como solo tú los sabes hacer. Es la hora de llamar a Valentina, préstame el teléfono, Osvaldo. ¿Eres tú, Halcón? Estaba esperando tu llamada. Tengo todo resuelto. Va Leonor con nosotros. ¿No te puedes quedar hasta mañana? Bueno, pero ándate al menos en el último Tur Bus, el que sale a las doce y treinta y cinco. No. Me iré a las diez en punto, quiero estar en mi casa para la medianoche. Entonces vente luego, Halcón, nosotras estamos listas, tenemos el equipo en el maletín, las ostras, la champaña y el Johnny Walker negro en el canasto de picnic. Esta vez iremos al nuevo hotel que hizo Nelson Morguentis en el cerro Barón. Se llama “Los Siete Espejos”, igual que la casa de putas de los años cincuenta. Es grande, alto y elegante como a ti te gusta. Cada pieza tiene siete espejos, tres fijos y cuatro que se pueden girar. Podremos ser tres, seis, veintisiete o infinitos en el túnel de luz y tiempo.

Siéntate, Halcón. Un escocés doble para ti, para Leonor y para mí. Vamos al baño a cambiarnos, sintoniza por mientras el canal 3 y si quieres sírvete un par de líneas de esta marca nueva que compramos en la plaza Echaurren muy recomendada por tu colega Larraín. Hoy tenemos un regalo para ti. No, mi amor. No es un traje de Batman ni de oficial nazi. Tampoco de verdugo ni de Húsar de la Muerte. Sabemos que en el fondo de tu alma te va a gustar aunque lo rechaces al principio. No, no te diremos qué es y sólo lo verás cuando estemos listas.

Yo vengo de blanco. Mis pechos están cubiertos por un delicado y transparente encaje blanco. Dejo al viento mi vientre suave, cubro mi pubis con suave espuma de mar y envuelvo mis piernas en las albas redes de la pesca milagrosa. Soy el agua clara de la nieve que recién derritió el sol en las montañas, soy la brisa fresca de la costa. Hoy soy virgen para ti Halcón. Soy la pureza y el resplandor de la verdad. Acércate Leonor, ella viene de rojo y es la pasión que viene envuelta en su piel morena y su cuerpo exuberante cubiertos por un traje de cuero rojo, delgado y tenue como malla de prima ballerina. Tócala, Halcón, tócala suavemente, como las novias tocan el azahar. Siente sus formas impetuosas que hemos enfundado para ti, para que las contemples con tu mirada heroica y acaricies con tus manos ardientes. Esto es para ti, Halcón, es tu traje sutil. Hoy no haremos el amor porque seremos el amor, nos miraremos unas a otras y nos veremos repetidas en los espejos distantes. Hoy no estaremos con el Halcón recio e inflexible, con el varón varonil. Hoy estaremos con el Halcón tierno y delicado, con el Halcón que nunca hemos visto llorar y yacerá entre nosotras su lado femenino. Toma este presente que hemos elegido y adecuado a tu cuerpo impetuoso con nuestras manos de vírgenes. Desnúdate, Halcón, qué hermoso eres. Qué bello es tu cuerpo otoñal robado al Juicio Final. Déjanos acariciarte desnudo un instante más,  antes de vestirte con este traje de ensueño, te vestiremos primero con el corset negro y de encaje sobre tu tórax embravecido, apretaremos el cordón de la espalda con nuestras manos de damas nocturnas haciendo que tu pecho se llene como mascarón de proa. Cubriremos tus piernas, esas maravillosas columnas de bronce que sostienen al mundo con sutiles medias negras que sujetaremos a las ligas que cuelgan del corset. Déjame cubrir a Pequeño Halcón con este pantaloncillo que pondré entre tus piernas, negro y de transparencia diáfana. Mírate en los mil espejos y míranos a las tres cómo nos reflejamos en la multitud. ¡Qué hermoso te ves! Bebamos, brindemos por la vida, por el único amor. Estamos juntas en el final de los tiempos, de la vida, de la pasión y de la muerte. Esta noche te arrullaremos, cantaremos y bailaremos para ti y cuando tus párpados se quieran cerrar podrás apoyar tu cabeza de hombre-niña entre mis pechos y descansar tus manos en el vientre de Leonor.

Duerme, ángel mío. La noche ya comienza y tú estás conmigo. Descansa, guerrero y deja a esa ninfa que late en tus pechos henchidos besar mis labios y acariciar mi cuerpo.  Descansa, guerrero, descansa guerrero del viento, descansa…

- ¡Leonor, Valentina, nos quedamos dormidos! ¿Dónde crestas compraron esta merca? Primera vez que me toca un jale que da sueño, por la gran puta. Pásame el reloj, Valentina. Las doce y cinco. Con un milagro alcanzo a tomar el último bus de las 12 y treinta y cinco. ¿Recepción? Necesito un taxi. ¿Hay uno que se va? Por favor, deténgalo, salgo inmediatamente. Leonor, pásame la camisa y los pantalones. No tengo tiempo de sacarme esta tenidita, me la llevo puesta. Me la sacaré en el baño del bus y te la mando por correo desde el terminal. Méteme los calzoncillos en la cartera de la chaqueta, les dejo plata para que paguen la cuenta y el taxi de mañana. Adiós, amadas mías. A pesar de este desaguisado, lo pasé bien, como siempre y mañana las llamo desde Santiago.

- Al terminal, por favor. Tengo que llegar antes de las doce y treinta y cinco.

- No se preocupe porque va en buenas manos, fíjese señor que yo fui chofer de ambulancias del SNS y cuando hay que correr, corremos. ¿Vio usted? Ya llegamos, son las doce y treinta y cuatro. Ese es el último bus y gracias por su propina, buen viaje y ojalá buen sueño que es la forma más rápida de viajar.

Menos mal que el bus no va totalmente lleno, apenas parta me voy al baño, me empeloto y me saco este corset de encaje negro, estas ligas y medias negras y cambio este calzón negro por mis calzoncillos blancos y que lo siento señor, claro que lo siento, el baño está clausurado, va a tener que aguantarse no más. A los demás pasajeros les avisamos antes de partir así es que fueron todos por si acaso al baño del terminal.

Bueno, no me quedará otra cosa que cambiarme en el baño de la rodoviaria de Santiago y a lo mejor hasta me puedo dar una ducha. Ojalá que no me cogoteen durante el viaje o me de un infarto. La sorpresita que daría. No pienses tonteras, Benjamín. Relájate. Piensa en el día que pasó, en el cumpleaños de Marisol mañana o cuando llevabas el estandarte de la Capitán Ávalos. Simpático este par de maracas. Imaginativas, cariñosas, curadas y jaladas. Aunque no tanto en realidad, ligeramente sobre lo normal. Algún día las voy a llevar a volar en un cuadriplaza rumbo a La Serena. Voy a poner el piloto automático y empezaremos la más elevada de nuestras fiestas, al desnudo total o disfrazados de mujer Maravilla y Flash Gordon.
Estoy cansado y tengo sueño, me estoy quedando dormido, seguiré soñando con Los Siete Espejos volando en un avión de guerra, en un P-38 con su tripulación completa. La Valentina y la Leonor recorriendo desnudas la cabina sirviendo whisky y jales a todos, aterrizar en el Tepual y dejarlas en la losa para partir a una misión de guerra, las veo tras el parabrisas del avión, Leonor de encajes rojos, volátiles y transparentes, Valentina de blanco con suave velo descubriendo su cuerpo misterioso de diosa infatigable. Adiós, Valentina, adiós Leonor, adiós amores míos, sangre, vida y esperanza. Mayor, tome el mando y despegue. Mantenga contacto visual con la bandada. Volaremos a 90 pies sobre el mar y nos elevaremos a trescientos al encontrar el acantilado. Llévelo suave que la noche está callada, brillante y llena de metales azules. Qué bien lo hace, mayor, mi madre me está abrazando después de llegar empapado de la escuela, que bien huele el pan en el horno y que tibia está la cocina de madera. Llueve con fuerza afuera, mientras la mamá me quita la ropa. Mis calzoncillos de conejo están también mojados mamá, no sigas que estoy vestido con un corset de encajes negro, con ligas y medias caladas y un diminuto calzón también negro. Una bruja en el bosque lo hizo mamá, te lo juro, transformó también los árboles en rocas y ya nos aproximamos al acantilado, mayor, aumente la potencia de los motores y usted, teniente Lazcano, deme la información del radar, elévese a trescientos, mayor, inicie viraje a las cinco, hay tres bandidos a las diez. Escuadrón, dispersarse y seguir plan de contraataque. No me quites la casaca de cuero, Marisol. Estoy cansado y entierrado pero no me la quites. Jamás sabrás Mirasol que bajo mi traje de guerra voy con un corset negro de encajes, ligas y medias negras y un diminuto calzón también negro. No me abraces Marisol, iré primero al escritorio, déjame pasar y espérame en la sala porque debo tomar el mando. ¡Nos dieron, mayor! fuego en los motores uno y dos, desconecte el paso de combustible, accione los extinguidores, extinguidores accionados y funcionando, coronel. Persiste el fuego en el motor dos, coronel. No funcionan los alerones de babor ni el timón. Mayor, nos vamos a estrellar, intentaré un aterrizaje de emergencia pero no será fácil, ya ves Leonor, inténtalo de nuevo. Salta a la cama con los brazos abiertos, trata de que el velo de tu capa roja y transparente se infle, como si fueras volando mientras Valentina saca la foto. Yo te estaré esperando de espaldas al espejo vestido con el corset negro de encajes, las ligas y las medias negras y el diminuto calzón también negro. Nos estrellamos, mayor, Dios se apiade de nuestras almas, adiós Marisol, esposa mía y compañera, adiós Valentina y Leonor. Hay fuego y hierro en la noche negra y la nave se retuerce, cruje y crepita. Se arrastra y estalla entre las rocas, las alas han volado más allá del firmamento. Gritos, lágrimas y sangre. ¿Qué soldado grita y llora en la noche extraviada? ¿Dónde está oculto mi enemigo? ¿Qué nave es ésta, que se arrastra vidriada en la noche por una ladera arbolada y pedregosa? Ya se detiene en el silencio atroz de la muerte. Nadie llora ni grita. ¿De dónde vienes, mujer ensangrentada? ¿Son tus hijos, estos niños aterrados? ¿Qué nave de guerra es ésta que lleva niños, globos y presentes? Estoy despierto en la noche que se enrojece con el fuego. No hay nave de guerra, ni motores ni alas. Sólo un bus perdido en el fondo de la quebrada. Mayor, inicie maniobras de salvataje, usted joven que se ve bien y fuerte, tome el martillo de emergencia y rompa el vidrio. ¡Con fuerza joven, sin miedo! Sólo cierre los ojos al impactar, evite las astillas. Ustedes, muchachos, juntos y con fuerza accionen la palanca de la salida de emergencia. Niñas, traten de despertar a los pasajeros aturdidos y no pierdan tiempo con los muertos. Bien joven, el vidrio ya está roto, salga usted primero y ayude a bajar a los que le iré pasando. Señor, usted el que sangra del pecho, haga un esfuerzo y trate de alcanzar el extinguidor que está al lado del chofer. Vamos sin miedo, está sólo muerto y decapitado, ya lo está alcanzando, eso es, pásemelo y trate de seguir avanzando. Usted, profesor. Tómalo y ataca el fuego en la base. Presiona el gatillo y dirige la manguera siempre a la base. Bien, lo estás haciendo bien, ¿bombero tal vez? Muévanse rápido. Salten y aléjense. Señora, usted está sana y se ve fuerte y usted el acompañante del profesor que sólo sangra de la frente, ayuden abajo a recibir a los que salten. Si se quiebran no importa, igual aléjenlos y vuelvan. Ya quedan pocos. A ver tú, el mecánico, acompáñame a dar la última mirada y que yo me voy, patrón, que esto va a volar y que qué te has creído mierda, ven para acá y ayúdame, a la orden mi sargento y si fuiste milico, entonces, pórtate como soldado y recorre conmigo esta lata retorcida. Cacha a los muertos y si alguien respira tratemos de sacarlo. Escucha las sirenas acercándose. Suenan las sirenas, Manuel. Quedan cinco minutos y Amanda ya no se acordará de ti. Estás viva, Amanda, tus piernas están atrapadas y no te podemos sacar. Mecánico, péguele un combo en la pera, que duerma, que el fuego y la muerte la encuentren dormida. Adiós Amanda, duerme, que los ángeles salgan a tu encuentro y el fuego dore tu piel de niña mujer y resplandezcas en tu belleza un segundo antes de tu partida. ¡Vamos, mecánico, apoya un pie entre mis manos y salta! Toma mis manos y ayúdame a salir. Corramos ahora hacia esas luces, astros fugaces entre las rocas olvidadas. Vienen los refuerzos, mi coronel, ya llegan los refuerzos. Es la caballería que avanza por el desierto. Huye, indio Jerónimo con tu estela de sangre y que no te alcance la muerte.

- Identifíquese, señor. Usted los ha salvado a todos y lo veo seriamente herido. Coronel Benjamín Alcántara, de la Fuerza Aérea de Chile y que lo debí haber adivinado, sólo un oficial de las Fuerzas Armadas se porta como usted. Lo veo herido y sangrante, mi coronel, lo enviaré en la primera ambulancia y que qué te has creído, un oficial de la Fuerza Aérea se va en el último lugar porque primero están sus hombres. Pero hágame caso, mi coronel, los demás están mejor que usted. Pero yo no puedo. Debajo de mi chaqueta de tweed, mi camisa Oxford, mis pantalones Dockers palpita un corset de encaje negro, ligas y medias negras y un diminuto calzón, también negro. No, doctor, no me iré hasta el final. Esta es una orden, mi coronel, usted se va en la próxima ambulancia, la que está haciendo sonar su sirena, la sirena de Manuel. Permítame, entonces, doctor, hacer un acto privado detrás de esa roca, sólo le pido cinco minutos. Se los concedo pero yo le acompaño porque usted sangra demasiado, coronel. Por favor, déjeme solo, sólo cinco minutos. Lo siento, coronel, mi ética profesional me lo impide, no puedo dejarlo solo en estas condiciones. ¡Qué numerito este! Estoy en la ambulancia, me quitan la chaqueta y la camisa ensangrentadas, encuentran un corset negro de encaje ensangrentado, sonrisas cómplices mientras empiezan a soltar el cinturón, están abriendo la bragueta y bajan los Dockers. Ligas y medias caladas negras y un diminuto calzón también negro. Bajo la tenida inglesa y varonil del coronel Alcántara de la Fuerza Aérea emerge la más sofisticada prostituta del barrio rojo. Murmullo cómplice, llama a Campitos de “La Cuarta”, que notición con fotos y todo.

No. No pasarán, el coronel Alcántara no se rinde doctor, escuche, allá en el bus alguien grita, alguien está llorando, es uno de mis hombres, vuelvo a la nave, teniente. Deténgase, coronel, ese bus va a estallar, deténgase, Dios mío, deténganlo. Nadie lo detiene ni me detuvo, estoy dentro de mi nave con mis hombres muertos, moribundos y mal heridos. Aquí está su coronel, muchachos, afírmense porque nos vamos. Mayor, encienda los motores y pida permiso para despegar. Permiso concedido, mi coronel. Despegue, mayor, enfile hacia esa estrella sobre el acantilado y acuérdese de la Virgen porque nos vamos a morir. Fuego, viento ardiente, truenos y piedras. Las sirenas que se alejan, Manuel, en la noche gélida de invierno. Humo tenue y vapor en el fondo de la quebrada, silencio y crujidos de hierros que se enfrían. El cielo profundo colmado de astros titilantes movidos apenas por un suave viento del sur toma lentamente un gris claro que se va acercando al celeste anunciando que llega la inevitable mañana del día después.

- Lo sentimos profundamente, señora Marisol, es una pérdida irreparable para todos y en especial para nuestra institución. Lamentablemente no hay duda alguna. El héroe que se identificó al enfermero de la ambulancia del von Buren como el coronel Benjamín Alcántara, el que salvó dando su propia vida a casi todos los pasajeros de la tragedia del Tur Bus, era sin duda alguna su marido. Ha sido plenamente identificado. Aquí está su piocha de plata, casi fundida pero con su nombre y clase legibles. El mayor Baeza, dentista de la institución, certificó que su casi intacta dentadura coincide con las radiografías que guarda en su archivo y que corresponden en forma inequívoca a mi coronel.

- Otra cosa, señora Marisol, hay algo que nos tiene muy intrigados: Encontramos en lo que fue la parte superior de sus piernas estas cuatro plaquitas metálicas, dos en cada una de ellas y que se parecen, qué curioso, a aquellas que las damas de antes usaban para sujetar sus medias.
B r a m a n t e.

1 comentario:

Unknown dijo...

Tuve ganas de disecarlo. Es sencillamente Excelente.

"Estamos juntas en el final de los tiempos, de la vida, de la pasión y de la muerte".