En ese mes de vacaciones elegimos partir a las roblerías con la pandilla
de siempre: CHOCHE, CAIFÁS, TÉLEFONO y el TARRO. Todos tenemos la misma edad y las
graduaciones de mando se repartieron según los meses de nacimiento. Me llaman PANTA como el cuento de Mariano Latorre, pero mi nombre es; Pantaleón Moreno y me parezco al Lawrence de Arabia, pero en moreno y de ojos negros, por lo tanto, en vez de imaginarme con
turbante imaginame con chupalla y ojotas. Y en lugar de posicionarme en el
desierto arábigo galopando sobre un camello, pónme en el Valle Central de Chile,
narrando una epopeya infantil con la lentitud de un folclorista y la sonrisa de complicidad y simpatía de los mejores amigos de infancia.
El mayor era CHOCHE, hijo de camionero, con doce años y tres meses. Y cuando hacíamos cañería de milico, meaba más alto que todos. Incluso hacía dibujos en los muros de la comisaría durante el cambio de guardia. Era nuestro tambor mayor y su futuro estaba en los grafittis.
Echamos al hombro el kilo de
harina, aguardiente para el frío, los tarros en conserva y un cajón de
tomates. Íbamos saliendo cuando mi madre nos grita:
- Llévense esta gallinita, niños. Con lo que llevan no les alcanza ni para tres días.
Se respiraba un ambiente de alegría en la fría mañana de primavera y en medio de los manchones de nieve que ya divisábamos en la cumbre de las roblerías, nos esperaban las aventuras y nuestra certificación de hombría.
- Llévense esta gallinita, niños. Con lo que llevan no les alcanza ni para tres días.
Se respiraba un ambiente de alegría en la fría mañana de primavera y en medio de los manchones de nieve que ya divisábamos en la cumbre de las roblerías, nos esperaban las aventuras y nuestra certificación de hombría.
Al recorrer los largos y polvorientos caminos en busca del mundo silvestre, siempre ancho y siempre ajeno como
dijo don Ciro Alegría, íbamos silbando LA MARCHA SOBRE EL RÍO KWAIT.
Adelante iba CHOCHE con los tarros de conserva, CAIFÁS con la
gallina, TELÉFONO con su cajón de tomates. El TARRO haciéndole honor a su apodo; iba con los choqueros, la carpa, la
lámpara y las sogas y yo, el PANTA, con la escopeta y el aguardiente. Creo que ese deber temperó mi vocación logística.
A medida que se avanza, la huella se va reduciendo, el aire se enfría y adelgaza y los silbidos se cambian por tenues jadeos. En medio de peumos, boldos y maticos, apareció la enorme, herviente y opaca roca que sería nuestro campamento UNO. Y a la luz de la luna.
Cuando llegue la noche
A medida que se avanza, la huella se va reduciendo, el aire se enfría y adelgaza y los silbidos se cambian por tenues jadeos. En medio de peumos, boldos y maticos, apareció la enorme, herviente y opaca roca que sería nuestro campamento UNO. Y a la luz de la luna.
Cuando llegue la noche
y se oscurezca la tierra
y la luna sea la única luz que veamos
no, yo no tendré miedo
mientras estés conmigo.
La gallina no debía acercarse a los matorrales donde pudiera alcanzarla un zarpazo. El puma y el zorro cazan de noche, así es que la amarramos con un cordelito cerca de la fogata.
Establecidos ya el campamento DOS, salimos a cazar.
- ¿Dónde dejamos ala Pepita ? Seguro que se la comen el zorro o el puma. Llevémosla.
Y Pepita con su cordel al cuello seguía la marcha cautelosa de TELÉFONO sobre la nieve, en procura de nuestra presa.
Encontramos huellas de puma. Nuestros pasos se hicieron sigilosos. Todos nos encorvamos. Las huellas eran recientes. Sólo se oía nuestros latidos en las sienes y el piar de Pepita con su cabeceo cauteloso y desconfiado. Al llegar a un matorral. CHOCHE gritó en sordina:
- ¡Son dos pumas! Sus huellas se separan al llegar al litre. Deben ser hermanos. Uno pisa sobre las huellas del otro.
Atrás cacarea ruidosamentela
Pepita y corre hacia nosotros buscando refugio. Nos volvemos
y alcanzamos a divisar un lomo entre los matorrales. Un disparo. Y cae de
espalda nuestro mejor cazador; CHOCHE, incapaz de resistir la patada
del arma que la ha partido la frente.
- Vi todo rojo y no me acuerdo de nada más. Fue su relato al volver en sí.
Al poco rato nos llegaron escopetazos desde el frente de la quebrada y CAIFÁS cayo al suelo impactado por varios perdigones. Respondimos el fuego. Escopetazos iban, escopetazos venían. Tan pronto como se inició, concluyó el cruce de disparos. Un grito cruzó la quebrada y llegó a nuestros oídos.
Al calor del fuego y sopeando los conchos de los ahumados choqueros percibíamos el ruido tímido de animales silvestres que
se acercaban a curiosear. ¡Qué rico es tomar choca con té de hoja y en el cerro!
Un huillín saliendo de las aguas frías del estero, un
gato guiña, o un zorro culpeo merodeando por nuestros restos de comida o el
mismo ronroneo del puma hacía que mis orejas se movieran al menor ruido, como
las de los caballos y se me erizaran los pelos.
Zorro culpeo |
Puma |
Una vez recostados, de espaldas y de cara al cielo estrellado y concluida nuestra
conversación sobre "La Invasora de Venus"; un nombre más de yegua del club hípico, que de la película de terror que nos contó el CHOCHE. cada uno se fue a sus meditaciones.
Un disparo al aire detonó un silencio profundo. Eso fue por siaca. Cabezeamos y luego de un rato, subía hacia las estrellas solo el humo de nuestro sueños acompañado por el canto santo del grillo y el silencio ardiente de la fogata agonizando. Estábamos zeta.
Al día siguiente la gallina turuleca que no ponía huevos, amaneció durmiendo con sus patitas dobladas y encuclillada sobre el travesaño de la fogata que aún tenía los rescoldos. Con sus plumas engrifadas, de un estremecimiento estiró una pata, una ala y saltó para caminar oteando algunos granos en el suelo en busca de su desayuno. Un nuevo sacudón de sus plumas y comenzó a picotear. Había entrado en confianza, pues ya cacareaba y corría atrapar algún insecto sin alejarse del campamento.
Un disparo al aire detonó un silencio profundo. Eso fue por siaca. Cabezeamos y luego de un rato, subía hacia las estrellas solo el humo de nuestro sueños acompañado por el canto santo del grillo y el silencio ardiente de la fogata agonizando. Estábamos zeta.
Al día siguiente la gallina turuleca que no ponía huevos, amaneció durmiendo con sus patitas dobladas y encuclillada sobre el travesaño de la fogata que aún tenía los rescoldos. Con sus plumas engrifadas, de un estremecimiento estiró una pata, una ala y saltó para caminar oteando algunos granos en el suelo en busca de su desayuno. Un nuevo sacudón de sus plumas y comenzó a picotear. Había entrado en confianza, pues ya cacareaba y corría atrapar algún insecto sin alejarse del campamento.
Temprano y mientras salíamos desnudos de la bruma que emanaba del
arroyo en el que nos bañamos, se nos acercó un arriero con su tirada de burros y su ronco:
- Buenos Días.
El color propio de quien conoce el arte de vivir y sobrevivir en la montaña estaba bajo un sombrero de fieltro parecido al de Indiana Jones. Nosotros; la desnudez blanca de citadinos y la flacura de todo inexperto, éramos puro ruido infernal de chancacazos, tarrerío y alboroto en la quietud paradisíaca del sotobosque. Demasiado bulliciosos como para pasar desapercibidos.
Su mirada franca nos invita a saludarlo como se estila cuando uno se encuentra en esas soledades donde se ve tan poca gente. Campesino de pequeñas y humildes rancherías, vaquero profesional y peón de valles, su andar sabio en la cordillera es por lo general solitario y a lo más, acompañado por caballos de puntiagudas ancas y mulas.
Canchero le grité:
-¿ Adónde marcha el amigo?
Me hubiera gustado que respondiera:
- Buenos Días.
El color propio de quien conoce el arte de vivir y sobrevivir en la montaña estaba bajo un sombrero de fieltro parecido al de Indiana Jones. Nosotros; la desnudez blanca de citadinos y la flacura de todo inexperto, éramos puro ruido infernal de chancacazos, tarrerío y alboroto en la quietud paradisíaca del sotobosque. Demasiado bulliciosos como para pasar desapercibidos.
Su mirada franca nos invita a saludarlo como se estila cuando uno se encuentra en esas soledades donde se ve tan poca gente. Campesino de pequeñas y humildes rancherías, vaquero profesional y peón de valles, su andar sabio en la cordillera es por lo general solitario y a lo más, acompañado por caballos de puntiagudas ancas y mulas.
Canchero le grité:
-¿ Adónde marcha el amigo?
Me hubiera gustado que respondiera:
"Al pueblo de más al norte.
"Me esperan mi vieja madre
"y mis hermanos menores". Pero replicó parado en los estribos:
- Voy pal vado. Y ustedes?
- Vamos párriba.
- ¿Los llevo?
- Ya pu.
Cargamos los sacos arriba de las mulas.
La gallina que ya tenía nombre: PEPITA. Iba en las ancas de la última mula balanceándose y abriendo sus alas para mantener el equilibrio.
- En una desas se vuela. Te l'amarro - dijo TELÉFONO.
Y allí ibala Pepita
atada del cogote, al cinturón de CAIFÁS.
Déjenme decirles que nuestro amigo TELÉFONO, debía su nombre a tan moderno artefacto, gracias a la ignorancia de su padre y a la sordera del oficial del Registro Civil. Uno insistió en decir teléfono y el otro en escribir lo mismo, cuando en verdad el bisabuelo de TELÉFONO se llamaba TELÉSFORO; mensajero de los dioses. Pero a TELÉFONO le quedaba perfecto el nombre, porque era negro y chico. Padre y oficial solo querían dormirse bajo la espita del fudre de vino cuando inscribieron su nombre.
"Me esperan mi vieja madre
"y mis hermanos menores". Pero replicó parado en los estribos:
- Voy pal vado. Y ustedes?
- Vamos párriba.
- ¿Los llevo?
- Ya pu.
Cargamos los sacos arriba de las mulas.
La gallina que ya tenía nombre: PEPITA. Iba en las ancas de la última mula balanceándose y abriendo sus alas para mantener el equilibrio.
- En una desas se vuela. Te l'amarro - dijo TELÉFONO.
Y allí iba
Déjenme decirles que nuestro amigo TELÉFONO, debía su nombre a tan moderno artefacto, gracias a la ignorancia de su padre y a la sordera del oficial del Registro Civil. Uno insistió en decir teléfono y el otro en escribir lo mismo, cuando en verdad el bisabuelo de TELÉFONO se llamaba TELÉSFORO; mensajero de los dioses. Pero a TELÉFONO le quedaba perfecto el nombre, porque era negro y chico. Padre y oficial solo querían dormirse bajo la espita del fudre de vino cuando inscribieron su nombre.
El arriero nos dejó sobre la nieve, a media montaña. Y descendió con su tropilla de cariblancos bajando pa'l vado del otro lado. Nuestro ascenso continuaba.
Establecidos ya el campamento DOS, salimos a cazar.
- ¿Dónde dejamos a
Y Pepita con su cordel al cuello seguía la marcha cautelosa de TELÉFONO sobre la nieve, en procura de nuestra presa.
Encontramos huellas de puma. Nuestros pasos se hicieron sigilosos. Todos nos encorvamos. Las huellas eran recientes. Sólo se oía nuestros latidos en las sienes y el piar de Pepita con su cabeceo cauteloso y desconfiado. Al llegar a un matorral. CHOCHE gritó en sordina:
- ¡Son dos pumas! Sus huellas se separan al llegar al litre. Deben ser hermanos. Uno pisa sobre las huellas del otro.
Atrás cacarea ruidosamente
- Vi todo rojo y no me acuerdo de nada más. Fue su relato al volver en sí.
Al poco rato nos llegaron escopetazos desde el frente de la quebrada y CAIFÁS cayo al suelo impactado por varios perdigones. Respondimos el fuego. Escopetazos iban, escopetazos venían. Tan pronto como se inició, concluyó el cruce de disparos. Un grito cruzó la quebrada y llegó a nuestros oídos.
- ¡Cuidado al disparar! ¡Pendejos ahuevonados! Que la quebrada está llena de cristianos.
Pero ninguno de nosotros, pendejos todos, tenía cabeza de huevo. Menos mal que no se refería a nosotros, si no lo cocemos a balazos a los cristianos.
CAIFÁS seguía en el suelo, perforado. ¿Cómo sacarle los perdigones del culo? ¡Como en las películas! Cortaplumas al rojo vivo y enterrarla en sus carnes hasta retirarle toda la munición. Aguantó todos los cortes mordiendo un palito, pero después le cambiamos el nombre y quedó como el PAN DE PASCUA. Quedó todo marcado.
Los días siguientes tuvimos mala puntería. Tal vez porque antes de disparar, se nos ocurría preguntar ¿Hay alguién ahí?.
Logramos cazar un escuálido y seguramente sordo conejo que colgamos de una rama para descuerarlo al otro día. Pero sólo amanecieron las patas amarradas a la soga, moviéndose al compás de la brisa. El zorro que nos rondaba se lo llevó durante la noche. Pepita esa noche no dijo ni pío; estaba sobre el travesaño de los rescoldos haciéndose la dormida y seguro muerta de la risa.
Pasaron diez días sucios de tierra y en nuestros sudores no quedaban ni un rastro de perfume hogareño a no ser por Pepita que nos cagaba las ropas. También las provisiones habían desparecido.
Nos apropiábamos de cualquier sombra angosta del mediodía para descansar enrabiados y hasta el vuelo quieto de los cóndores ya nos daba hambre. Se habían acabado nuestros pertrechos. Aburridos de comer tomates comenzamos a mirar de soslayo a Pepita. Hasta que el más valiente lo dijo:
¿- Quién va ha matar la gallina?
Nos miramos.
CAIFÁS dijo:
- ¿La Pepita ? Yo he andado siempre con ella. Le tomé cariño. Tú PANTA.
- Por ningún motivo. ¡Cómo le voy a pegar un tiro con la escopeta! dije.
Pero ninguno de nosotros, pendejos todos, tenía cabeza de huevo. Menos mal que no se refería a nosotros, si no lo cocemos a balazos a los cristianos.
CAIFÁS seguía en el suelo, perforado. ¿Cómo sacarle los perdigones del culo? ¡Como en las películas! Cortaplumas al rojo vivo y enterrarla en sus carnes hasta retirarle toda la munición. Aguantó todos los cortes mordiendo un palito, pero después le cambiamos el nombre y quedó como el PAN DE PASCUA. Quedó todo marcado.
Los días siguientes tuvimos mala puntería. Tal vez porque antes de disparar, se nos ocurría preguntar ¿Hay alguién ahí?.
Logramos cazar un escuálido y seguramente sordo conejo que colgamos de una rama para descuerarlo al otro día. Pero sólo amanecieron las patas amarradas a la soga, moviéndose al compás de la brisa. El zorro que nos rondaba se lo llevó durante la noche. Pepita esa noche no dijo ni pío; estaba sobre el travesaño de los rescoldos haciéndose la dormida y seguro muerta de la risa.
Pasaron diez días sucios de tierra y en nuestros sudores no quedaban ni un rastro de perfume hogareño a no ser por Pepita que nos cagaba las ropas. También las provisiones habían desparecido.
Nos apropiábamos de cualquier sombra angosta del mediodía para descansar enrabiados y hasta el vuelo quieto de los cóndores ya nos daba hambre. Se habían acabado nuestros pertrechos. Aburridos de comer tomates comenzamos a mirar de soslayo a Pepita. Hasta que el más valiente lo dijo:
Pepita |
Nos miramos.
CAIFÁS dijo:
- ¿
- Por ningún motivo. ¡Cómo le voy a pegar un tiro con la escopeta! dije.
- Hay que torcerle el cuello y tirar.
- Ni ca.
- Ni ca.
- ¿TARRO?
- Tai ma' loco. He andado con la carpa, los choqueros y las sogas. ¿ Y ahora
carnicero?
- ¿TELEFONO?
- ¿Y quién era el que andaba cazando?
- ¿CHOCHE?
- Tai má. No sé matar la gallina. Solo sé disparar.
... ¿ Y si le pedimos que se suicide?
Raya para la suma: nadie quiso matar la gallina. Pepita - confiada en nosotros - saltaba sobre nuestros hombros cuando nos reuníamos alrededor de la fogata nocturna como si fuera una excursionista más. Era como que nos abrazara mientras nos cagaba.
Tres días nos tardamos en regresar alimentándonos de raíces y moras, y de nuestro último tarro de leche condensada que para abundar habíamos mezclado con puré en caja. Qué cosa más mala.
Muy temprano en la mañana me late en las sienes el blanco sol que me empapa. Las pupilas se me achican. Se abre al fin el portón de la casa donde nos esperaba intranquila nuestra madre.
- Por Dios chiquillos que me dieron susto. ¡Cuánto se tardaron! Estuvieron arriba más de una semana . . . Se suponía que estarían no más de tres días. ¡Ya! A bañarse. . . Vienen más flacos,... parecen roticuajos!
... ¿ Y si le pedimos que se suicide?
Raya para la suma: nadie quiso matar la gallina. Pepita - confiada en nosotros - saltaba sobre nuestros hombros cuando nos reuníamos alrededor de la fogata nocturna como si fuera una excursionista más. Era como que nos abrazara mientras nos cagaba.
Tres días nos tardamos en regresar alimentándonos de raíces y moras, y de nuestro último tarro de leche condensada que para abundar habíamos mezclado con puré en caja. Qué cosa más mala.
Muy temprano en la mañana me late en las sienes el blanco sol que me empapa. Las pupilas se me achican. Se abre al fin el portón de la casa donde nos esperaba intranquila nuestra madre.
- Por Dios chiquillos que me dieron susto. ¡Cuánto se tardaron! Estuvieron arriba más de una semana . . . Se suponía que estarían no más de tres días. ¡Ya! A bañarse. . . Vienen más flacos,... parecen roticuajos!
Luego del cambio de ropas y repuesto ya el olor familiar, fuimos a recorrer
el fondo del patio, a mirar el canal de regadío que estaba a la sombra del sauce
para comentar las aventuras con las vecinas. Nos preguntaban y miraban
gozosas de admiración. Ellas estaban al lado de valientes y viriles aventureros montañistas. Nosotros ampliábamos las aventuras dejándonos admirar, hasta que
se escuchó el familiar grito de mi mamá cruzando el patio:
- ¡Almorzar chiquillos!
Cazuela de ave.
Y allí estaba - patas arriba - lo que quedaba de Pepita.
Lloramos mucho. Casi una semana completa. Pero nos chupeteamos hasta los pulgares. Madre hay una sola.
- ¡Almorzar chiquillos!
Cazuela de ave.
Y allí estaba - patas arriba - lo que quedaba de Pepita.
Lloramos mucho. Casi una semana completa. Pero nos chupeteamos hasta los pulgares. Madre hay una sola.
Esta historia se entronca con las viejas tradiciones cuenteras, rurales, de ingenio y picardía inocente, similar a las de un viejo personaje colonial; Pedro Urdemales, al que se le atribuyen méritos como para vencer al mismo diablo y cuyas andanzas se narraban al calor del brasero familiar de viejas casas de adobe, suavizando los parsimoniosos atardeceres y arropados por la tibieza de un mate amargo. Amargo porque el azúcar es vicio. Me lo ha contado un amigo entrañable:
MARCO ANTONIO MORENO PALMA.
MARCO ANTONIO MORENO PALMA.
1 comentario:
Querido Amigo Rubén...
Al parecer tenías una grabadora... no recuerdo haber sido tan extenso en mis relatos de juveniles en mi pasar por las montañas.. En fin, me hiciste sentir y remontarme en esas excursiones pasadas... Recordé hasta las que fuimos sin la "PEPA" (QEPD)...Bueno, por ahí en una de esas te inspiro para contarte cuando amansábamos burros silvestres o teníamos que comer croquetas de harina tostada... o preparar cola de mono con nieve derretida....
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