ElDorado Biarritz del 59 - comprado de segunda mano - era su pasaporte para conquistar a María y a sus amigos. Para sus amigos sería un Juan Charrasqueado: "mujeriego, parrandero y jugador". Para María, ElDorado Biarritz del 59 le revestiría de todo aquello que carecía: estilo en sus adornos para empezar. Potencia como el toro bramador motor para ocultar su endeble espíritu. Sueños como las aventuras de Flash Gordon. Brillo, como sus luces en forma de aletas sobre las góndolas traseras. Orígenes ciertos. El bigotillo de su marca con olor a nicotina y restos de sopa no era exactamente un embellecedor como el cromado destellante de los parachoques, pero en el retrovisor de ElDorado del 59, los bigotillos se verían como el de un teniente francés. Serían como un cacareo por él.
La idea de adquirir ElDorado Biarritz del 59 no era mala desde el punto económico. Sumando y restando era mejor eso, que adquirir píldoras, ungüentos, inyecciones, ropas, vitaminas, lubricantes, ligas, aceites, cremas, yerbas, soluciones mágicas o aerosoles para subir la autoestima.
Repasó las preguntas que debía hacer. Le pareció que de todas ellas una sola era importante. ¿Lo amas? Y el lugar donde hacer esa pregunta debías ser en ElDorado Biarritz del 59. Un lugar con clase donde María podía ser paseada como reina. Un lugar de resplandores, luminoso. Un lugar que prometiera una noche épica. Un lugar en las dunas de Reñaca, con árboles y luna. Y si fuera luna llena mejor; para ver el mar brillando en la noche como testigo de su amor incondicional. Una noche que comenzara en el The End.
María había crecido entre el grupo de amistades del colegio italiano y se había casado con su amigo Maurizio. En su misma calle estaba el chalet donde vivían y que él tanto envidiaba.
Al tiempo de un casual encuentro, ella no le quitó los ojos de encima. Él sonreía en forma especial.
Terminaron besándose en un angosto pasaje de edificios sin jardines y citándose en las fontanas, cines, parque con juegos infantiles, terrazas de céntricos edificios. Las cosas crecieron, florecieron y se adelantaron hasta la línea final.
- Necesito vivir contigo - Le había dicho. ¿Lo amas?
¿Pero hasta qué punto María se había acostumbrado al nivel económico de Maurizio? ¿Sería capaz de volver a los tiempos de polera y sandalias artesanales? ¿A compartir su paupérrima realidad material? Por eso había comprado de segunda mano, ElDorado Biarritz del 59. Una pregunta cruel pasó por su mente. ¿Segunda mano? Y esa fue su pregunta más importante, antes que la lapidaria respuesta presentida.
Al tiempo de un casual encuentro, ella no le quitó los ojos de encima. Él sonreía en forma especial.
Terminaron besándose en un angosto pasaje de edificios sin jardines y citándose en las fontanas, cines, parque con juegos infantiles, terrazas de céntricos edificios. Las cosas crecieron, florecieron y se adelantaron hasta la línea final.
- Necesito vivir contigo - Le había dicho. ¿Lo amas?
¿Pero hasta qué punto María se había acostumbrado al nivel económico de Maurizio? ¿Sería capaz de volver a los tiempos de polera y sandalias artesanales? ¿A compartir su paupérrima realidad material? Por eso había comprado de segunda mano, ElDorado Biarritz del 59. Una pregunta cruel pasó por su mente. ¿Segunda mano? Y esa fue su pregunta más importante, antes que la lapidaria respuesta presentida.
ElDorado Biarritz del 59 corría con sus neumáticos blancos por la Panamericana Norte con la toda la potencia de sus centímetros cúbicos entre Tongoy y Los Vilos con un solo ocupante.
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