La tarea...

La gente grita que quiere un futuro mejor, pero el futuro es un vacío indiferente, mientras que el pasado está lleno de vida.

Su rostro nos excita, nos irrita, nos ofende y por eso queremos destruirlo o retocarlo.

Todos quieren hacer de la memoria un laboratorio para retocar las fotografías y rescribir las biografías y la historia.

HA LLEGADO CARTA



Esta bicicleta aro 28 - hoy vintage - tiene tapabarros delantero y trasero, frenos de varilla, dinamo en la rueda delantera para dar energía al foco, chavetas en los pedales, asiento de cuero con resortes y cartuchera para las herramientas. La armé y desarmé hasta sacar los rodamientos. Es muy parecida a mi primera bicicleta de origen checoslovaco. ¿Alguien se acuerda que hubo un país llamado Checoslovaquia?

Juanito usaba lentes "poto de botella". Sudaba, por supuesto que sí y se mantenía en forma bajo su camisa inmaculada. Sus zapatos estaban siempre brillantes y tenían infinitas visitas al zapatero remendón. Usaba un “perro de la ropa” para apretarse la bastilla amplia de un pantalón de tango, de esos con bastilla. Nos trataba con cierta condescendencia porque éramos bulliciosos e impertinentes, locuaces. Nuestra palabrería se detenía cuando entre sus manos aparecía un grueso sobre lacado y con cinta. Era invitación a un casamiento. Los sobres con ribetes azules y rojos correspondían al correo aéreo. Esos eran para mí. Apenas concluía la entrega de cartas, iniciaba su parloteo con el peluquero de la esquina.
Es, la bicicleta, muy parecida a la que usaba "Juanito". Juanito era un hombre feliz porque todos corríamos hacia él cuando aparecía por el pasaje de mi barrio de Quilpué, era el cartero. En mi caso, él traía las noticias de Punta Arenas. Las cartas venían con estampillas y remitentes en clave: "John Lennon" era la carta de mi hermana. Y los sobres salían de un bolsón de cuero que colgaba de la barra horizontal del marco. Parece mentira, pero Juanito apareció una vez a la semana durante 10 años de mi vida; que son los años de mi infancia hasta que entré a a universidad.

El peluquero de la esquina no sabía leer ni escribir y con él alguna vez discutí sobre la llegada del hombre a la luna, decía que todo aquello era una mentira. Han pasado muchos años y ahora creo que tenía razón. También porfiaba muy seriamente que la tierra era plana. Hasta ahora no he tenido demostraciones en contrario, la tierra sigue siendo, no tan redonda como en los dibujos, pero algo esférica aunque esté llena de abollones y cototos.

Cartero con el aroma de un Chanel No. 5, 1956
Juanito era el hombre de los amores secretos. María, la empleada de mi vecina buenamoza, le hacía ojitos. Era un hombre de sueños, de tristezas también y del trato llano, generoso y despreocupado, pero más que nada era un amigo para conversar sobre el futuro del país. Juanito era allendista y se creía eso del hombre nuevo. Después del golpe, las cartas se entregaron sin gozo o se devolvían al remitente sin más trámite si el receptor no estaba. Mucha gente dejó de estar. Correos de Chile disolvía el secreto de sus cartas y Juanito se fue deshaciendo en mi memoria, excepto cuando veo una bicicleta aro 28 con frenos de varilla.

Su bicicleta usaba campanilla con un ring ring que llegaba diáfano hasta mi balcón para avisarme que llegaban las novedades de mi familia que vivía en Punta Arenas - ciudad de nieve - de mis primos y de mi abuela, de mis memorias y evocaciones.



En aquel entonces las calles de Quilpué disponían de una luminosidad intensa a la una o dos de la tarde que era la hora del canto de las cigarras y de las siestas.  Lentas siestas como para dejar pasar el día entre zumbidos de moscas y abejas. A esa hora dormilona pasaba Juanito por mi barrio. Había mucho espacio para mariposas, aves y hormigas grandes como pepas de sandía en las calles de Quilpué y ninguna nube, excepto las nubes de las vacaciones de invierno. Una vez llovió los quince días de invierno en el mes de Julio. Juanito no padaleba bajo lluvia y eso que tenía una capa de lluvia, de goma y azul, porque era de la U.

Perro en biciEn verano y primavera, sobraban horas y minutos para el pedaleo firme de esa bicicleta. Sobraba el tiempo que avanzaba al ritmo de la caligrafía de lapiceras a tinta y papel secante. Sobraba el espacio y mis preocupaciones no estaban en la Teoría de la Relatividad sino en el juego de la Troya, la pichanga, el robo de las frutas en los árboles vecinos y la compra del pan batido para la once, en la panadería La Vasconia, con Bonzo, alias Capitán; mi perro amigo.


Abro y cierro este relato con dos cosas que me son caras, mi perro y la bicicleta, sinónimos indesmentibles de la libertad.


1 comentario:

Unknown dijo...

Cuantos recuerdos de la infancia, grandes tesoros que traen a la mente momentos tan felices compartidos con amigos que eran familia. Fue una época inolvidable. Gracias por retornar e al pasado.