Nous iron bon, Bonaire,
Buenos Aires. Las veces que he estado
allí, las que no vuelvo por culpa del
ciego de Palermo y las que regreso por Sábato, por Quino y por fruto prohibido.
Las que navego por la calle Lavalle, por los cines y librerías. Nada es lo que fue desde Galtieri y Videla.
Me dejan caer tarjetas las niñas. Las miro a los ojos pero adivinan
qué les miro y fruncen el ceño. Las inquieto. Claro está que no las busco. Tal
vez sí quiero saberlas. Saber de su piel hirsuta, de su media mentira, pues mis
pupilas ya adivinan el por qué de sus largas uñas vampiras y pulcramente
pulidas y por qué sus brazos de flacas huachas. Entiéndeme; soy bonaerense
ficticio desde Libertad Lamarque hasta Cristina Fernández, desde Martín Fierro
hasta Leonardo Favio.
En Buenos Aires lo mejor de lo mejor, ya
no es lo que era. Pero tampoco el mundo entero, es lo que fue. Nadie anda como fue.
- Estuve hace
veinte años aquí - Le digo parado en la entrada del hotel.
- ¿Y cómo lo encuentra? - Me pregunta.
- Igual - Le confieso.
Siento que mi respuesta no es la correcta por el largo silencio que nos ocurre.
Tal vez debí agregar; igual de hermoso. Pero soy de
pocas palabras al aire, pues me
anteceden los textos.
Los muchachos no son los de entonces. Usan gorros
con viseras y tienen una ignorancia argentina que es nueva, audaz. Los de La Boca siguen creyendo ser
buenos mozos, cancheros, pero hoy eso no es suficiente para ganarle a la vida
que pide el turista. Y ya nadie les
cree. Los trucos de magia se saben, tarifan y eluden.
Voy por el crepúsculo de la calle Florida. Parece
billar y el rojo sol la única bola. Los letreros esplenden y comienzan a
llenarse de siluetas. Las envía la
orilla que amo. Mísero de mí; en el kiosko está la sonrisa placentera del amor disipado
en la portada del domingo. ¿En una portada o en todos estos años sin verte?
Las líneas del pavimento son rotundas, en su lectura de manos, en esa oración cuadriculada sobre la que debo
sobrevivir sin esperanzas, Buenos Aires
me retumba como el latido de mi propio territorio de frutos. A eso vengo, a olerte, a buscar la palabra correcta ahora que estás
en mi alfabeto primero. En tu piel de barrio arbolado, en tu hipódromo de
yeguas. En tu corola invisible está mi territorio, porque estás. Y el aire con nubes limpias como la bandera, y azul como los bulbos de la iglesia rusa.
Llegas en tú en moto y me dices:
-
Subí.
Y partimos a Puerto Madero, a ver si alguna paloma nos caga medio a medio, nuestra poesía conjunta. ¿Por qué las motos de Buenos Aires no tienen espejo retrovisores en sus manubrios? Te cagás de la risa porque no te habías dado cuenta. Dices que te parece normal. ¿Y por último, a quien le importa lo que va en los espejos? Veo al montar tu silla, que entendiste - al fin - el signo hippie; por el rojo colallés que te ponés.
Me aferro a tus caderas y te abrazo la cintura. Te
siento entre mis piernas con toda tu grupa y me balanceo en las curvas que das. Acelerás, me apego a tu espalda y dibujo con mis muslos el ángulo exacto tus piernas. Estás gorda y hueles como diosa y a fanfarria de caricias. Bajo la nuca de tu casco está el tatuaje que te sé. Me dan ganas perversas de subir a tus senos; pero temo un accidente pornográfico contra el sentido del tráfico.
- ¡Qué hacés loco! ¿Qué hacés? -
A favor tuyo resucita la herida G y en mí, el otro que no será
¡Para qué ir al obelisco!
A favor tuyo resucita la herida G y en mí, el otro que no será
¡Para qué ir al obelisco!
Te vas a Bajo Retiro, al viejo centro financiero. La City según los snobs. En un restaurante
italiano se ofrece: ¡Suprema de pollo en costra de sésamo
con vegetales salteados al wok! Deben estar muy aburridos los que dicen estos disparates. A ti te parece
correcto y a mí una burrada, porque Buenos Aires es bife chorizo, es carne.
Pero te sigo... y atino: Me pego como lapa a tu
espalda colorina. A la velocidad que corrés, Buenos Aires sigue siendo el mismo con
Plaza de Mayo y Casa Rosada. Los bifes siguen exactos, aromados,
tiernos, jugosos, como todo tu cuerpo, como todo tu bello decoro ¡Cómo te nombro y sueño! Íntima en la metralla y canción de tierra
firme, parece hostia en mis manos tu voz pelirroja, que en mí se arropa y propone su
huésped vacío sobre mi lengua muda.
-
Dale. Seguí. No parés.
¿El vino? Es
difícil beber. Las cartas son
una lotería pero la certeza es de Mendoza, uno
que elabora en una viña-boutique un italiano Roberto, que viene un par de veces al año a mejorar su caldo.
Parás en Pellegrini 521. Nos bebemos una botella de etiqueta Quimera en el restaurante TOMO 1, y aplaudimos sobre nuestros deseos perversos, sobre el susurro jugoso de tu ebriedad en mis versos y chistes. Te orinás en mi texto. Te gritás en nuestro Tomo Primero. Capítulo Cero. Sin habitaciones por esta vez.
- No fumo, me dices. Y yo… no te creo ningún no, después de esta quimera.
Parás en Pellegrini 521. Nos bebemos una botella de etiqueta Quimera en el restaurante TOMO 1, y aplaudimos sobre nuestros deseos perversos, sobre el susurro jugoso de tu ebriedad en mis versos y chistes. Te orinás en mi texto. Te gritás en nuestro Tomo Primero. Capítulo Cero. Sin habitaciones por esta vez.
- No fumo, me dices. Y yo… no te creo ningún no, después de esta quimera.
Llegamos a Puerto Madero y tu paloma nos caga.
- ¡Buena Suerte! Me gritan tus aros cuando te la
sacudes.
- ¡Es el
destino! Me dicen tus rulos.
- ¡Estamos cagados! Te digo riendo como si hubiera
encontrado trabajo.
Caminamos en la canción de la bruma que suena como la mejor Soledad Pastorutti y vagamos por el sinónimo de Girondo, el Borges ausente. Se me olvida
tu nombre y olvidás al bruto que amaste. Hay mil maneras de decir adiós
hasta siempre, pero ninguna es cierta.
¿Usarás mi rostro cuando te amen? ¿Ese beso que darás en la mejilla cerrando los ojos será para mí? Pensá, pensá como me habrpas de olvidar.
Una vitrina refleja tus carnes de fábula, y son los fiambres, las
berenjenas en vinagreta, la ensalada fresca como tu risa, las que se mezclan conmigo en el
vidrio.
- No me hagas esto - Me decís a la entrada mientras a dos manos destapas un champagne, para que explote el
chorro y recuerdes mi nombre y yo te recuerde cuando beba la tristeza ausente de
tus huesos que son las burbujas subiendo, subiendo.
Ya no tengo
palabras para resistir tu lenguaje mondongo y de vinos directos
al alma. El vino es bendito contigo,
lava y perdona la musa pluma de nuestros pecados antes que
nos bañemos desnudos y nos sequemos feroces con la sal de mi tierra.
Sospecho que vos querés seducirme. Querés que me
quede. Y te mandás un gigot de cordero con fondos
de alcachofa, con tomates grillados, “papines”, que así le llamás a unas papitas ínfimas y sabrosas
que adivino son, como tus senos
portuarios, como tus ángeles glúteos que
perdieron la manera funcionaria de caminar después del fresco amor en tu moto.
Pero vos sos Buenos Aires y valés esta misa en mis
textos urgentes que son tu carne con mi huella perversa, blasfema y ausente.
-
Decílo al oído.
2 comentarios:
Drcímelo al oído...
Me gusta mucho recorrer las ciudades y por eso me encanta disfrutar de conocer nuevos lugares. Es por eso que estoy planeando un viaje con mis amigos y nos reunimos cada semana en un restaurante puerto madero
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